05 junio 2021

Elecciones en Perú: La víspera de la temida segunda vuelta.

Hoy es la víspera de ese mañana al que hemos estado esperando sin ansia desde que nos enteramos de que un supuesto par de extremos del pensamiento se disputarían la segunda vuelta electoral peruana. Hoy es el día previo al domingo en el que decidiremos qué alternativa asumimos que nos conviene como población, como nación, como república. Y, ahora o nunca, nos toca reflexionar honestamente sobre el significado de lo que se nos obliga a hacer: ¿Votar por una forma de gobierno y de vida? ¿Elegir entre persona buena o persona mala? ¿O decidir cuál de los miedos que nos ofrecen preferimos?.

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Imagen: lapatilla.com
Si no queremos ser camarones llevados por corrientes torrentosas de mentiras, tenemos que aceptar que iremos a votar con el miedo carcomiéndonos la mente. Y no cualquier miedo, sino un par de los antiguos miedos —algunas veces temores, otras veces pánicos— que han marcado las vidas de las mujeres desde la creación de este nuestro mundo de paternalismos y monoteísmos. Esos miedos que les explico a continuación, femeninos desde lo más intrínseco, son los que sentimos en toda esta nación, lo aceptemos o no; los sentimos al igual que sabemos que nuestro corazón late aunque no le prestemos la más mínima atención. Mañana debemos pensar con la perspectiva del país mujer que somos para saber en qué nos estamos metiendo al marcar uno de los símbolos políticos alquilados a mejor postor que estarán impresos en la balota de votación democrática de esta nuestra república cleptocrática.

El primero de esos miedos —temores, pánicos— es el que sentimos latir si optáramos por salir a conquistar los espacios abiertos de nuestra nación, los mismos que están vedados por la orden paternal de medrar en el lado anónimo de la vida que nos ha asignado la tradición, el modelo, que algunos urgen preservar. Ese mismo miedo que se instala en toda mujer desde niña a desobedecer los mandatos de conservación del hogar ancestral, porque su lugar en la vida debe estar en un plano inferior al de los que tomaron el poder familiar sin permiso. Y es que, para el patriarcado, el haber avisado una guerra contra la mujer que se libera de sus roles parece ser exculpación suficiente para ejercer violencia hasta matices sanguinarios. Recuerda, entonces, mañana al votar que hay una guerra prometida contra las desavenidas personas que opten por el cambio, por la recuperación de lo que es nuestro, por causar terror a los que viven en nuestro propio statu quo ante la posible pérdida de privilegios u odiosas diferencias.

El segundo de esos miedos —temores, pánicos— es el que impulsa desde hace tanto a las mujeres a seguir parapetadas en la misma casa donde las destinaron a vivir desde antes de nacer, a continuar sirviendo a las órdenes impartidas por los mayores que adolecían de machismo heredado. Es ese mismo miedo el que sentimos si decidiéramos expulsar de nuestros hogares a las imposiciones ancestrales y políticamente correctas del pensamiento antiguo testamentario. No importa tu condición social, tu género, tu percepción del mundo, tu gana o desgana de experimentar el mundo exterior: lo que les importa a tus captores ideológicos conservadores es que cumplas sumisamente el papel que te asignaron en el más oscuro rincón de esa sombra protectora que te da la falsa sensación de envejecer feliz, de morir bajo los cuidados de tus más negadas libertades, de esas mismas libertades que diste voluntariamente en sacrificio al altar del hogar imaginado en interminables páginas de fábulas.

Chaclacayo, junio del 2021

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