Un año antes de la caída del Muro de Berlín, salió a la luz el Manifiesto Criptoanarquista augurando un futuro libertario digital a las sociedades —sin importar quién las gobernara—, gracias al desarrollo de las tecnologías informáticas. Dale una mirada al primer párrafo de los tres que componen a ese manifiesto escrito en el mismo formato del Manifiesto Comunista de Marx y Engels (1848):
«Un espectro está surgiendo en el mundo moderno, el espectro de la criptoanarquía. La informática está al borde de proporcionar la capacidad a individuos y grupos de comunicarse e interactuar entre ellos de forma totalmente anónima. Dos personas pueden intercambiar mensajes, hacer negocios y negociar contratos electrónicos, sin saber nunca el Nombre Auténtico, o la identidad legal, de la otra. Las interacciones sobre las redes serán intrazables, gracias al uso extendido de re-enrutado de paquetes encriptados en máquinas a prueba de manipulación que implementen protocolos criptográficos con garantías casi perfectas contra cualquier intento de alteración. Las reputaciones tendrán una importancia crucial, mucho más importante en los tratos que las calificaciones crediticias de hoy en día. Estos progresos alterarán completamente la naturaleza de la regulación del gobierno, la capacidad de gravar y de controlar las interacciones económicas, la capacidad de mantener la información secreta, e incluso alterarán la naturaleza de la confianza y de la reputación...» (https://bit.ly/3nPJkhc).
Los principios de ética de este manifiesto siguen la línea del anarco-individualismo gringo del siglo XIX, y del posterior desarrollo teórico de la Escuela Austriaca de la primera mitad del siglo XX, que alimentaron al renacimiento del liberalismo de la primera revolución industrial (nombre largo del neoliberalismo) en la década de los años 80. Los ochenta del siglo pasado, la década en que la primera computadora personal fue lanzada al mercado por IBM, en que nació la www, y el primer virus informático; la década en la que intentaron asesinar al Papa, y lograron matar a John Lennon; la década en la que el accidente nuclear de Chernobyl anunció al del Fukushima de este siglo; la década en la que Pac Man fue rey de los video juegos, Diego Maradona del fútbol, y Michael Jackson de la música pop.
La creación de las criptomonedas llegó, entonces, anunciada por muchos y como producto consustancial del criptoanarquismo ochentero que —dicen los gurús con mucha razón— recién ha empezado a cambiar nuestras vidas. En la actualidad hay un número indeterminado de criptomonedas en operación que anda tú a saber —arriba de 200 y cotizando al segundo (https://coinmarketcap.com/es/all/views/all/)—, peleando por sobrevivir o, quién sabe, por su posible conversión a medio de pago universal. Y es que, hasta hoy, una criptomoneda no pasa de ser un medio de pago o de cambio que tenemos disponible en el mundo, es dinero no impreso por algún banco central, tan igual en esa función a los cheques, tarjetas, billeteras virtuales y redes Hawala en la intermediación financiera de nuestros barrios, ciudades, países y continentes. Pero es en las pequeñas diferencias donde radica la potencialidad de este nuevo tipo de medio de cambio —y quizás su supremacía—, que lo ha convertido en un boom indiscutible: no forma parte del circuito bancario, ni es regulado por Estado o institución multilateral alguna.
Las criptomonedas que dominan ese nuevo mercado se basan en bloques de validaciones de transacciones hechas por una multitud de participantes con potencia informática. Cada uno de esos «voluntarios» busca retribución por su trabajo, nadie trabaja gratis. Esos bloques se unen en una cadena interminable e inmodificable , tan simple como éso, la cadena de bloques (blockchain) se extiende al infinito y ninguna transacción puede ser borrada. Como muestra puedes darle una chequeada a las criptomonedas que corren primero en las cotizaciones del mercado cambiario digital: Bitcoin y Ethereum. Las dos trabajan con blockchains, las dos gozan de la colaboración del código abierto (open source), las dos cotizan en un mercado sumamente volátil, y las dos te ahorran los costos de intermediación bancaria en el movimiento de capitales y pagos. Lo hacen ahora y lo seguirán haciendo hasta que desaparezcan junto con la humanidad (o antes, quién sabe). Rescatemos, éso sí, la multifunción de las Piezas No Fungibles (NFT por sus siglas en inglés: Non Fungible Token) que presta Ethereum en su casa electrónica a cualquier usuario que desee generar bienes digitales (o tambien Contratos Inteligentes: Smart Contracts) cuyo valor es independiente del valor físico del bien original que está siendo «clonado».
Más aún, con Ethereum puedes hacer tu propia versión de cripto pago en cosa de media hora (medio año si lo hace alguna burocracia). ¿Por qué no podrían hacerlo los gobiernos nacionales, regionales, municipales o barriales?. No sólo se harían de un medio de cambio, sino que podrían firmar contratos inteligentes con cláusulas invariables anudadas en un programa que eviten fraude y corrupción en obras públicas, adiós a las investigaciones de años en contralorías y ministerios públicos (ésta es recomendación del Banco Mundial, ver: https://bit.ly/39jrYAP).
Sin embargo, ninguna de las más de 200 criptomonedas en uso es regulada por entes gubernamentales, pero esto no se mantendrá siempre así. La regulación llegará tarde o temprano, y ya se sienten pasos ahora que un país centroamericano (El Salvador de Bukele) ha incluido al Bitcoin como moneda de curso legal a la par con el dólar. Pero las ventajas del uso del criptomonetarismo, sólo se pueden lograr si la información de identificación real y oficial brindada por las personas naturales y/o jurídicas que realizan sus criptotransacciones digitales puede ser registrada y supervisada por los órganos reguladores estatales. Tal como supervisan desde hace tanto tiempo las transacciones con moneda física oficial, sin que las operaciones tengan que ser públicas. De no cargar identificación real (no codificada) cada ramificación transaccional, como sucede actualmente en la práctica de las 200+ criptomonedas, el anonimato que otorga la privacidad de cada criptotransacción —o la privacidad del número de serie de un billete— seguirá atrayendo a los dineros sucios. Y de éso es que trata una regulación: poder rastrear la ruta del dinero.
Para que las criptomonedas puedan ser consideradas parte del sistema monetario mundial honesto y decente —pueda vestir pantalones largos— primero se debe erradicar de sus entrañas el inmenso volumen financiero proveniente de actividades criminales por medio de la regulación de entidades oficiales de inteligencia financiera y recaudación de impuestos. Mientras tanto, las transacciones de quienes compran o invierten en criptomonedas seguirán siendo empañadas por la larga sombra del criptomundo especulativo donde los dineros de actividades criminales circulan a su antojo. Seguirán existiendo bajo la penumbra de los video juegos piramidales, de las compras ilegales, de las operaciones sospechosas. No podemos, pues, seguir haciéndonos los suecos con el elefante del lavado de capitales que ocupa tanto espacio en la habitación financiera de nuestra casa globalizada.
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