28 noviembre 2019

Reflexión en rebeldía


En estos tiempos, como en otros, siempre hay peligro de ser engañado por gente apasionada por embolsicarse el esfuerzo ajeno mediante actos casi legales y traición de lealtades. Caer en una maraña, una pirámide de mentiras avaladas por un cuerpo de leyes desperdigadas y mutiladas, es más fácil y común de lo que nos gusta creer. Hipotecar tiempo de vida de trabajo a pagar la ambición  por el dinero fácil de quienes hacen una vida de bella imagen social con el trabajo ajeno es, desafortunadamente, pan de cada día en la sociedad de nuestro mercado del sol creciente.
Una vez víctima, no hay vuelta atrás ni apelando a los poderes de la legalidad penal, civil ni administrativa de la patria. Y es casi irremediable caer en un constante estado de ira racional -que por su racionalidad es más desvergonzada, ergo dolorosa- que te puede convertir en un individuo de conversación monotemática y fácil de encasillar justo debajo de la sombra de la conspiración, tu conspiración, contra el éxito de quienes se enriquecen sin acordarse de la ética, peso muerto en su camino inexorable a la cima de la pirámide económica. Es fácil confundir esa cólera, temporal y desbocada de necesidad, con la amargura por la pérdida de algo esencial e inherente a la naturaleza humana. Es simple llegar a la conclusión, con furia sorda, que tu propia ambición fue la razón por la que parte de tu trabajo futuro irá a manos de gente séptica que te engañó, es aceptar la lógica de un proceso mental infectado de estupidez temporal.
En realidad, es un sentimiento de pérdida lo que te lleva a dejar de ser tú mismo y desdibujarte en una mancha tan igual a tantos otros desdibujos. Esa pérdida se torna real al comprender que se desvaneció tu rebeldía, tu impulso más humano y decente, personal y único, que te permite rechazar a la mentira flagrante y que te impulsa a luchar contra lo corrupto y abusivo. Pierdes la rebeldía -confiemos que temporalmente- y te hundes en una nostalgia inadvertida, que te empieza a carcomer desde dentro, en un sentimiento que alberga a un mudo grito de venganza. Y crees que te reinventas al hacerte un ser vacío que se llena con rutinas recetadas de conformismo e individualismo pasteurizado. Y haces muecas parecidas a sonrisas para agradecer con corrección política por la ilusión de la deuda saldada. Y te encandila la feligresía del dogma económico y laboral que traga a todos sin excusas ni explicaciones.
Y aunque no usemos a la rebeldía tan a menudo como debiéramos, es bueno saberla propia cada vez que nos encontramos con fanáticos del dogma social del insaciable mercado, que circulan por el mundo ataviados con narices rojas que los desinhiben para anunciar a voz en cuello sus optimismos sustentados en trabajos mal retribuidos y créditos con intereses sobredimensionados. Es aún mejor tener a la rebeldía de nuestro lado cuando tenemos la malhadada suerte de encontrarnos con quienes creen merecer el  poder social y económico que detentan efímeramente, casi siempre obtenido a través de desvíos y caminos cortos cubiertos de su propio lodo.

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