31 mayo 2021

Votar en el Perú, menudo embrollo.

El domingo 30 de mayo, los votantes indecisos peruanos tuvieron la última oportunidad de escuchar a los dos candidatos entre los que no tendrán más remedio que elegir en sus balotas de segunda vuelta presidencial del 6 de junio. De seguro ya algunos votantes decidieron su voto del domingo próximo, aunque también es seguro que sólo unos pocos se han sentido movidos por las promesas de los candidatos, los mismos ofrecimientos y solidaridades que la profesión política tiene en sus libros de texto. En justicia, hay que decirlo, candidata y candidato mejoraron sus presentaciones anteriores, pero, también hay que decirlo, les falta muchísimo para llegar a emular candidaturas medianamente decentes del pasado y del presente.

Imagen: Blog Voz Urgente
En este país llamado República del Perú desde hace casi 200 años se decide por votación obligatoria simple y universal quién debe ser presidente cada 5 años, al menos éso creíamos hasta el 2018. A partir de estas elecciones de segunda vuelta bicentenaria, nadie sabrá a ciencia cierta la duración de los períodos presidenciales, tampoco congresales. Y es que la política nacional ha afilado las guadañas constitucionales de la «Vacancia por incapacidad moral» para bajarse presidentes y el «Límite de censuras a gabinetes ministeriales» para cerrar congresos. Lo cierto es que estaremos este domingo votando para elegir al presidente electo número 39 de la república —no cuentan los golpistas, hombres ilustres nombrados, sucesores constitucionales y electos en fraude— para un período de ## años. Hay que hacerlo bien, dicen algunas pocas voces sabias. Pero no será materialmente posible esta vez, no con la dupla ofertada al votante, ofertante al partidario.

Sólo faltan 7 días y contando. Hay que decidir la decisión imposible y ya decidí unirme a la no despreciable cantidad de votantes en blanco o viciado, pues tramamos expresar así nuestro abierto desacuerdo con las dos candidaturas. No serán votos perdidos, ni irán a favor de ninguna candidatura con nombre y partido, como quieren hacer creer los demócratas de jardín, tampoco quieran meternos cuento incluso en éso. Votaré junto con el grupo de gente que aún cree en la decencia y la consecuencia. Votaré en blanco o viciado junto con los que no creen en los miedismos, antisistemismos, libertarianismos o dignificacionismos. Votaré en blanco o viciado contra los gritos destemplados escritos y gravados en redes sociales y medios de comunicación, contra las invenciones que esgrimen con aullidos e insultos quienes creen que sus razones son las únicas que cuentan, contra los pretextos esgrimidos por quienes cambiaron su voto de primera vuelta de color temperado al blanco o negro de la polarización política. Vamos, que los ismos que les menciono dejan de existir cuando los miras con sólo una pizca de realidad y un pellizco de vida diaria. Me niego a aceptar los paquetes de ideologías alucinadas de ambas candidaturas de la segunda vuelta peruana del 2021. Y me niego más a aceptar combinaciones o mixturas de políticas económico-sociales, que ya el finado Alan García nos mostró el resultado de la «política pragmática» durante su gobierno catastrófico de 1985-1990.

Pero tengo que ser más específico: no votaré en blanco, votaré viciado. Tengo el deber y el derecho democrático de escribir sobre los símbolos de las candidaturas lo que realmente merecen.

No votaré por el partido Perú Libre del profesor Pedro Castillo, porque el candidato es un outsider más de la política peruana al que le cayó la posibilidad de llegar a la presidencia en forma repentina. Que sea él quien denuncia en estas elecciones la existencia real de un gran bolsón de pobladores que sufre desigualdad y discriminación es casi producto del azar. Esa suerte no hace que el perú-librismo esté preparado para gobernar realizando los cambios que se necesitan para evitar la inevitable caída del modelo económico neoliberal de receta única. Y es que los cambios que exige la realidad peruana se tienen que hacer conservando un mínimo ambiente de paz social y económica que permita activar el progreso igualitario, competitivo y sostenible. Caso contrario, en el camino corremos el alto riesgo de caer dentro de un pozo de profundidad desconocida. El vacío de propuestas concretas del perú-librismo nos deja en la incertidumbre del qué pasará, nos deja en el peligro de trocar las esperanzas de sus votantes en resentimiento si no llegan a ver la luz prometida al final del túnel.

No votaré por el partido Fuerza Popular de la señora Fujimori, porque la candidata es una archiconocida más de la política peruana que busca ser presidente de este país a como dé lugar. Que sea ella quien reclama para su partido el trabajo de conservar el modelo económico que instauró su padre en 1992 es producto del deseo de un sentenciado por lesa humanidad y corrupción. Esa suerte no hace que el fuerza-populismo esté preparado para gobernar con eficiencia, no ante la aplicación inevitable de los siguientes pasos del liberalismo internacional, que trae zozobra política y social. El primer paso de esa segunda temporada de la receta única neoliberal es incrementar la tributación al ingreso de quienes trabajamos manual o intelectualmente, dejando a la riqueza de cada vez más pocos engordando tranquila a la sombra protectora del modelo a conservar —una mirada a lo que viene pasando en la Colombia de Iván Duque no haría mal como baño de realidad—. Por ello no me explico las promesas de despilfarro en construcción y gasto social indiscriminado que viene ofreciendo el fuerza-populismo. Por ese camino, corremos el alto riesgo de caer dentro de un pozo de profundidad desconocida si llegan a cumplir con el desembolso de los miles de millones de soles prometidos con cargo al incremento del endeudamiento público hasta «el 45% del producto bruto interno, como hacen en España» —No puedo dejar de ver la imagen de individuos corruptos salivando ante la posibilidad de raptar la inocente virginidad de nuestra reserva nacional de 70 mil millones de moneda dura—. La multitud de propuestas concretas del fuerza-populismo nos deja en la incertidumbre del qué pasará, nos deja también en el peligro de trocar las esperanzas de sus votantes en resentimiento si no llegan a ver la luz prometida al final del túnel. Y siguiendo con la realidad, no podemos dejar de lado la corrupción y criminalidad que encarna la candidata del fujimorismo, quien tiene muchísimo que perder si no es elegida: la libertad personal y la muy alicaída reputación de su familia —palabras mayores para sus ancestros japoneses— por los delitos y crímenes cometidos durante su carrera política y empresarial.

En especial, no votaré por el fuerza-populismo ni por el perú-librismo porque ninguno incluye la reivindicación de los derechos humanos de la minoría LGTB, de la mayoría trabajadora femenina, de la decisión de las mujeres sobre su propio cuerpo, de la libertad de culto religioso sin la protección a un monoteísmo congelado en el tiempo de la indiferencia al sufrimiento de los demás.

Chaclacayo, mayo del 2021

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