
Tengo 49 años, la edad de mi padre cuando nací en una ciudad gris y húmeda en la costa central del Perú. Ya mi país se había jodido, y varias veces, para ese entonces. Teñí mis recuerdos de verde en la sierra norte de mi patria y de angustia de crisis económica pandémica en los bolsillos de mi generación. Sabemos nosotros lo que es enfrentar y superar problemas serios, por lo que no podemos ni debemos cerrar los ojos al exceso de optimismo que nos invade en estos días, empezando por el de nuestros gobernantes de turno.
El progreso que nos trae el crecimiento económico que venimos experimentando en estos últimos 2 regímenes se siente a la vuelta de cada esquina de nuestras calles cargadas de gente comprando lo que era impensable hace unos años atrás. Y es que lo más preocupante es que ese consumo es el que ha logrado en gran parte el crecimiento del Perú en este último año, crecimiento que superó las expectativas que muchos economistas pronosticaron desde la comodidad de sus poltronas académicas.
¿Qué vendría ahora? Deberíamos ser testigos de la obligada reacción de quienes manejan nuestras finanzas nacionales bajando los ímpetus de los compradores, enfriando el comercio interno, y creciendo un poco menos por consumo interno para no empezar una inflación subyacente de pésimos recuerdos para mi generación.
Hasta acá, el juego estaría claro, los consumidores eufóricos con nuestras tarjetas ingentes de líneas de crédito deberíamos ver nuestro paroxismo comprador controlado para poner pies en tierra, no sin antes ponerle la mala cara del caso al actual gobierno, aunque con la íntima seguridad de saber que nuestro país no se descarrilará.
Pero, esta parte no está sucediendo debido a que el magnánimo gobierno de turno está utilizando nuestro erario para mantener el globo inflado hasta abril o julio del 2011, ¿alcanzarán los fondos para mantener los precios estables aún cuando éstos suben en franco ángulo de pendiente en el mundo? Peliaguda pregunta que, al parecer, deberá responder el gobierno entrante durante sus 100 primeros días de luna de miel política.
Y es que la coyuntura internacional, de subida de los combustibles y de los alimentos básicos, no presenta buena cara a la transición gubernamental, más allá de la voluntad de continuidad que el sucesor de Alan García pueda tener respecto a las políticas del “dejar hacer, dejar pasar” del actual gobierno.
Más aún cuando tanto el petróleo, escaso por las protestas del medio oriente cansado de gobiernos sempiternos, como los alimentos, in crescendo por jugadas de la naturaleza y de los comerciantes de commodities, amenazan con quedarse en la agenda de los economistas por algún tiempo.
Estos dos últimos temas, petróleo y alimentos, merecen ser tratados in extenso en columnas aparte, dada su incidencia en la mesa de cada uno de los habitantes de este loco y cambiante mundo –no sin dejar de recordar que el asunto de los alimentos como reservas ya ha sido tratado en esta columna con anterioridad-.