Lástima que hayamos llegado a lo que hemos llegado. Hemos aceptado como dogma político y económico al neoliberalismo que empezó en los EEUU en los años 70 como respuesta a una de las crisis del capitalismo resultante del excesivo peso relativo de las organizaciones gremiales. Claro que en el Perú lo empezamos algo más tarde, los 90. Ya para ese entonces la receta en los EEUU había tenido resultados exitosos al transferir mucho de las manufacturas al continente asíatico (léase China especialmente) y al reemplazar la reducción de la demanda por el boom de las tarjetas de crédito. Como era de esperarse, la receta fue aplicada exitosa y rápidamente en el Perú gracias a la ausencia de industrias y a la violencia oficial soterrada que instauró el presidente A. Fujimori.
La promesa del modelo neoliberal creó un mejor futuro para la sociedad peruana y lo ofrecido fue cumplido en un principio al reducir la inflación y eliminar la escasez de alimentos; es cierto que también eliminó muchos negocios existentes pero los sustituyó por otros más emprendedores, aunque con el costo de las leyes laborales que llevaron al actual "cholo barato" que convirtió a la pequeña porción de adecuadamente empleados antes del neoliberalismo a una más pequeña porción de inadecuadamente empleados (empleados al fin, dirían los fanáticos del modelo).
El problema para el modelo es su incapacidad actual, en el mundo entero, para permitir a todos los estamentos sociales gozar del crecimiento económico y financiero en forma proporcional a su participación. Esa incapacidad ha creado una tendencia al incremento de la desigualdad en todos los países en que se aplica. El Perú es uno de esos países por lo que su población, después de 20 años de aplicación irrestricta del modelo, empieza a perder la fe en el dogma económico universalmente aceptado y a escuchar a los defensores de esa religión mayoritaria con cierta desconfianza. Ahora en el Perú los políticos, empresarios, y periodistas prelados de la fe neoliberal se están viendo obligados a recurrir a cualquier medida que permita extender la vida del modelo, aún cuando esas medidas requieran usar el cuarto poder de los medios de la comunicación para influenciar la opinión del ciudadano de a pie. Nadie mejor para implementar dicho sistema monoparlante en la prensa que una nueva versión del fujimorismo de los 90.
¿Qué le queda al ciudadano común y corriente en el Perú? pues, votar por el mal menor que acarrea un albur entre una dictadura chavista o un tímido inicio del socialismo moderno que está buscando corregir los defectos del neoliberalismo en el mundo dentro de las reglas del viejo y seguro capitalismo. Es claro que han quedado atrás las razones válidas de corrupción pasada de la alternativa fujimorista, no porque debamos ser indiferentes al robo y al crimen si no porque Keiko Fujimori representa la continuidad del modelo actual en el Perú y el agravamiento de las diferencias en el país.¿Cuál es el mal menor en esta segunda vuelta peruana? le duela a quien le duela lo es el nacionalismo liderado por Ollanta Humala, un caudillo más en la sociedad más caudillista de Sudamérica. Espero, como Mario Vargas Llosa, con temor y esperanza que el mal menor aplique un programa de reformas enlazadas en el tiempo que permita a varios partidos, o caudillos, colaborar a que el modelo económico en el Perú sea lo suficientemente desarrollista para permitirnos ser candidatos al G20. Yo voto por Humala y que Dios nos ayude.