Empezó la presentación enmarcando su voz con una dentadura perfectamente profesional y haciéndonos saber lo que ellos tenían para nosotros los profesores que, sentados en ansiosos racimos en la larga sala de conferencias, esperábamos acepten entráramos a sus salones a enseñar un idioma extranjero. Empezó y la presentadora nos decía que habíamos acertado al buscar ser maestros a tiempo parcial, que era una gran decisión renunciar a la posibilidad de vacaciones en nuestras vidas, que mostrábamos sabiduría al escoger un salario de US$ 7 la hora. Continuó la charla y otra presentadora, con la misma sonrisa congelada en la cara, nos señalaba la puerta de salida en caso no pudiéramos sostener la alegría aún cuando nos doliera el alma, en caso no pudiéramos contener algún reclamo, en caso quisiéramos un aumento, o en caso nos vistiéramos sin saco y corbata.
Al cabo de algunas horas, finalizó la presentación y todos los profesores que, sentados en ordenadas filas en la larga sala de conferencias, nos aprestábamos a irnos a casa sembrados de ideas sonrientes, con el compromiso de regresar a mostrar el retoño que abonaríamos con nuestra aceptación de las cosas como son, porque así son las cosas en la educación.
Al día siguiente, todos retoñamos nuestra clase modelo. Algunos de nosotros, carifelices y concentrados, mostramos pequeñas enredaderas que se fueron prendiendo de cada ventana que ellos abrieron para tal fin, siguieron las reglas y les permitieron prenderse de la ventana final ansiada, casi todos. Algunos de los otros, orgullosos e inspirados, dejamos ver florecillas de pistilos multicolores y pétalos traslúcidos bailando al son de una música inaudita en esas paredes, que conservaron todas sus ventanas cerradas, para todos.
De vuelta en las calles, sentí que había hecho lo que esta vocación cantaba dentro de mi, sentí que había convertido la gris semilla corporativa en un retoño polícromo y en armonía con la vida. Sentí miedo al desempleo.
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