La pobreza, como tantas otras condiciones del ser humano y su entorno, es producto de la organización social que el hombre ha construido para hacer que la convivencia sea más llevadera en todos los aspectos de la vida de un ser humano promedio, máxime cuando la mayoría vivimos desde hace un buen tiempo apelotonados en masas de gentes y casas llamadas ciudades.
Definitivamente la pobreza es injusta pues parte de la posibilidad que un hombre desee poseer un bien sin poder obtenerlo por falta de ingresos, mientras que otro hombre sí podría obtener el mismo bien sin esfuerzo adicional. Bajo el supuesto negado que hayan campesinos que no deseen poseer un buen par de buenos botines para el campo para reemplazar las inseguras ojotas no quiere decir que no sean pobres, al margen de si su ingreso está o no debajo de cierta línea divisoria.
Aún cuando ha sido escrito hace casi un año, el artículo de Carlos Parodi "¿Cómo se mide la Pobreza?" pone en la palestra el ingrediente subjetivo del tema de la pobreza, porque las diferencias de opinión, por ende de métodos de medición formalizados, puede atomizarse al nivel individual. Sin embargo, volviendo a la organización social que nos permite convivir, son los planes de desarrollo de los gobiernos los que deberían fijar un sólo indicador del bienestar básico, o línea de pobreza, invariable a lo largo del tiempo y fijado por encima de lo que el más optimista de los ciudadanos sanamente proponga como nivel de satisfacción de necesidades básicas. Al hacer ello, se estaría cumpliendo con la condición de gobierno representativo y de estado sostenible en el largo plazo.
Hay que apuntarle a luna y darle a la punta del cerro y no limitarse a apuntarle al arbusto y terminar patéticamente cavando en busca de la línea de pobreza monetaria entre las raíces más sombrías de nuestra sociedad. Cosas del Gran Bonetón y su lampa.
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