Julián ya se sentía libre de todo posible problema legal por sus triquiñuelas financieras del año pasado
pues ya habían anterior algunos meses y nada de qué preocuparse mucho había pasado, si no contamos con unas cuantas llamadas a casa -pocas felizmente-, un grupo de mensajes electrónicos que había que responder para que no se conviertan en llamadas, y una sesión de conciliación infructuosa en la institución gubernamental de protección al consumidor. Siguió, entonces, con su vida normal de viajes, cenas en restaurantes caros, concursos de danzas majestuosas, fotos en sociedad. Julián nunca lo esperó, pero igual le llegó.
Nunca lo esperó porque sus iniciadores en el manejo de cuentas de inversión nunca le mencionaron esa posibilidad cuando lo convencieron a entrar a trabajar la veta FOREX, veta casi virgen. Por lo demás, había seguido las instrucciones cuidadosamente. Había desaparecido su nombre en el registro de propiedades. No había hecho propaganda directa de captación de clientes en el mercado sino que había recibido sólo a la gente que reclutaba su equipo de captación que trabajó en base a reputadas recomendaciones a él, a Julián, como ficha segura para inversiones. Había hecho una empresa de asesoría empresarial con capital mínimo. Había negociado sólo con la empresa FOREX que le presentaron, la de la filial en el paraíso financiero de una isla europea. Se había comido largas horas de trasiego financiero frente a la computadora con lo que sabía del Diplomado en Inversiones CFA Nivel 1 que había hecho online -ya el certificado lo sacaría luego-. Tramitó montones de documentos que lo hicieron, en teoría, administrador omnímodo de una gran cuenta de inversiones. No había forma de caer, le habían dicho, era totalmente intocable por la ley de nada ni de nadie.
Todo fue viento en popa pues los clientes firmaron esperanzados los documentos que les presentó. Y es que a Julián le había quedado claro que no había que arriesgarse a perder clientes por dos o tres papeles, así que sí era una chamba crucial ver quién firmaba qué, pues hubieron quienes preguntaron detalles más específicos, quienes realizaron cálculos de beneficios anualizados, quienes hablaron de predicción de ingresos y quienes tuvieron recelo por su dinero; entonces estos debían firmar menos documentos, nunca pedirles que rubriquen notificaciones de riesgo de perdida total y, nunca jamás, firmar un poder que le permitiría a Julián hacer y deshacer con las transacciones de la cuenta.
Y así fue. Hizo y deshizo con las transacciones, los tiempos, los montos, los ratios de apalancamiento, las protecciones contra pérdidas repentinas. Todo lo que hizo lo deshizo diligentemente en cercana coordinación con sus mentores, lejos de sus clientes, grabándose la actividad online en la partición espejo de reglamento para estos menesteres. Quedó así guardada la información de las miles y miles de transacciones pulga que hacía él quemándose las pestañas. Pero Julián había confiado, había depositado su fe en los respetables faros en el océano de la competencia financiera que lo habían escogido a él, precisamente a Julián entre tantos, para abrirle una puerta en el mundo de las inversiones internacionales. Tanta era su confianza en sus guías, que no se inmutó mientras usurpaba la identidad de sus clientes al firmar por ellos en una empresa certificadora de firmas electrónicas, algo criminalmente ilegal en toda comarca en la tierra. Tampoco se preguntó si el espejo informático que grababa la información de las transacciones que él mismo hacía y deshacía no estaría realizando alguna otra función, tal como, digamos, revertir las transacciones hechas y deshechas por él, en sentido exactamente contrario, en otra cuenta. O sea, al mismo tiempo real en que perdía todo el capital en la cuenta de inversión de sus confiados clientes, lo ganaba automáticamente en otra cuenta de cuya existencia se enteraría cuando ya fuera demasiado tarde para sacar la mano del fuego. Al fin, ése es el propósito de los espejos, reflejar en sentido contrario.
Una vez que se cumplió la fácil misión de pérdida total del capital de la encomendada cuenta de inversión, Julián se deshizo del control de su pequeña empresa de finanzas e inversiones dejándosela a un chico universitario a cambio de un préstamo y pasó a organizar conferencias financieras con el propósito de encontrar pupilos, que como él con su mentores, dieran la vida por él; buscaba así subir un peldaño en la pirámide donde ya casi se sentía a sus anchas. Pero fue demasiado tarde.
Fue demasiado tarde pues Julián está ahora metido hasta la coronilla en una situación legal más que peliaguda; sin importar lo que haga, saldrá perdiendo. Que pierda poco o mucho dependerá de sus pasos subsiguientes. Perder poco significaría para él prisión condicional y pago de multas con resarcimiento a su víctima, mientras que perder mucho sería dar con sus huesos en la cárcel hasta el día después que sus hijos se olviden de él. Sin embargo, la pregunta subsiste ¿será poco o mucho lo que perderá Julián? Lo más probable es que pagará mucho pues continuará escuchando como oráculo legal al encopetado abogado que le han presentado sus mentores, quienes seguirán cultivando su fidelidad inquebrantable, más aún si termina fuera de circulación. El jurisconsulto de marras, abogado al fin, lo tranquilizará con la certeza imaginaria que todo irá bien para Julián, que el prevaricato y los delitos contra la función judicial son cuentos de hadas, que la vida es una hermosura, que la vida es un carnaval.
De tomar esa línea de acción, Julián podrá reflexionar, con todo el tiempo que le concede la sombra tras las rejas, que nunca se debe confiar dos veces en el mundo paralelo del dinero fácil. "Debí preguntarle a mi primo el que litiga para tratar el mal menor del arrepentimiento" se dirá a sí mismo en silencio, "Ahora estaría en casa con mi familia y firmando mensualmente un libro en el palacio de justicia si no hubiera escuchado a ese abogado de mierda que juró limpiarme de polvo y paja" se repetirá hasta en sueños. Pero polvos y paja serán precisamente los que le sobrarán a Julián en la cárcel.