Por: Adriana Marcés
Allá por los 90´s, no me dejaron entrar a varias discotecas. Huelgan explicaciones del porqué, pero para quien no recuerda era obvio que las cholitas oscuritas no merecíamos socializar ni mezclarnos con clases y razas delirantemente consideradas mejores, siendo lo más triste que otros igualito de cholos que una eran los que te ninguneaban en la puerta. Lo que en esas épocas veinteañeras dolía y causaba rabia se fue volviendo algo trivial, total, para qué querría yo entrar donde no me quieren, pero esa actitud misia de "a poco que ni quería" muchas veces es lo que hace que algunas lepras sociales se enquisten y perduren, como hasta ahora, solapadas o no, y hace normales desigualdades sin razón de ser. Es deber de cada uno de nosotros vivir y formar a nuestros hijos en la igualdad, para que no vayan por la vida con la tara de juzgar a otro por cuánto marrón le tocó en la repartición de color. Activismo cotidiano y pacífico para que sean mejores que nosotros, y a la vez mantener el recuerdo de los que sí tuvieron el coraje de luchar contra la irracionalidad y el absurdo. Mandela puede seguir viviendo si nosotros mantenemos su legado, y si lo que enseñó lo llevamos en nuestro día a día. Es simple: muchos no entramos a la discoteca, pero él se pasó 27 años en la cárcel solo por pensar que tu color no explica quién eres. Tremendo héroe, merece seguir vigente.