Cometí muchos errores, de toda laya, errores que cambiaron mi vida algunos, y errores que sólo me obligaron a sacudirme el polvo de los pantalones otros. Se me antoja clasificar en la categoría de otros a mi error de inversión en la estafa FOREX de la que fui víctima y que estuvo de moda en el Perú por un par de años y que, al parecer, ya viene reculando del variopinto mercado peruano del dinero fácil. Como las cosas siempre empiezan por el principio, admito que la regué de arranque con ese asunto de FOREX y les cuento cómo llegué a decidir meter la pata en ese hueco que debí adivinar tan profundo como el más viejo de los desagües del centro de la ciudad.
Uno: confié en la palabra de una persona a la que ya conocía por algunos años y que sabía, por terceros cercanos y ella misma, que llevaba décadas pulseando la bolsa de valores con un saldo altamente positivo. Confié ─me explico, sin justificarme─ sin saber que existían bonos de captación de incautos que podrían llegar a ser ─coincidencias de la vida─ autos y que esta persona consideraría traición a cualquier intento de búsqueda de estafadores escondidos tras arbustos de reputación sintética. Lección 1: nunca confíes en alguien que te pinta el negocio del siglo, que te ofrece tasas de retorno de arriba de 10% mensual, que te engatusa con la independencia financiera inmediata. Así hayas conocido a esta persona en la sala donde te parieron, no confíes, pues dejará de ser amiga tuya una vez que el negocio termine abruptamente en bolsillos ajenos.
Dos: creí en las referencias positivas de un encumbrado técnico en temas de alta cocina corporativa, socio y jefe de la filial peruana de una de las más grandes consultoras mundiales, adalid de la natural honestidad del empresariado peruano, atildado defensor de la autoregulación de los que se resisten a ser supervisados por la ley. El acto de deslizar la investidura de agente financiero probo y ejecutivo al individuo que realizó la estafa que me esquilmó le dio a la cuenta de inversión la seguridad necesaria que me llevó ─y sigo explicándome, no justificándome─ a ceder a la tentación de obtener un ingreso seguro por mi inversión. Tampoco sabía que este mismo consultor encumbrado poseía dos cuentas en la fatídica operación FOREX, que representaba en el país a una consultora condenada en los tribunales norteamericanos por mala práctica, que poseía un MBA de viajero frecuente, que al primer indicio de reclamo amenazaba veladamente con enviar oficiales corruptos a visitar a familias inocentes. Lección 2: Jamás tomes como referencia positiva el rumor selectivo de apoyo de personajes de las cúspides económico-financieras, de los que fabrican imágenes de probidad a toda prueba en un mundo donde el que no cae resbala, de los que esperan tu genuflexión de adorador del dinero sin importar su procedencia.
Tres: deposité mi confianza y esperanza en las habilidades de un individuo repetidamente ponderado por sus asociados, que blandía su experiencia en inversiones en un conocido banco peruano y que operaba desde una oficina equipada con lo último de la tecnología, aduciendo sacrificar sus horas de sueño para sacarle el jugo a la actividad europea y asiática. Todo ello sin saber que la oficina y equipos eran alquilados por horas, que el agente no tenía certificación financiera ni de los Boy Scouts de su barrio, que el individuo no tenía registro académico en universidades peruanas, que él y su hermano eran directores de empresas sin capital en busca de hacerse de maquinaria chancadora de piedra en la selva, que su nombre no registraba ni casa ni vehículo alguno, que había falsificado firmas usando una empresa extranjera de registros virtuales, que manejaba una pirámide que cerró con el cuento de las pérdidas intempestivas mientras engordaba otra cuenta replicando en forma inversa sus pérdidas intencionadas. Lección 3: no pongas tus huevos en la canasta de un tipo de reputación anónima aunque lo recomiende una legión de Arcángeles.
Ahora el mea culpa. Caí redondo como un ingenuo, sin siquiera molestarme en confirmar la información que me ofrecieron, sin indagar en busca de la verdadera identidad de los actores de esta estafa. Ahora es cada vez más sobrecogedor el ir conociendo detalles de la vida de quienes no tuvieron empacho en participar en este montaje que se adueñó del dinero de gente que confió en ellos, de la dimensión que tiene el término "delincuente de cuello blanco". Para mucha de la gente que estafaron, y siguen estafando, el asunto queda en su experiencia personal, en su aprendizaje de vida. Para mi, en cambio, la historia no termina con el robo consumado, pues es cuestión de decencia y honestidad. Y más importante que el valor del dinero, es que el poncho, no señor, a mí nadie me pisa el poncho.