‘El rey reina pero no gobierna’ es un precepto básico de las monárquicas parlamentarias europeas, y España no escapa a ello. Para gobernar está el presidente elegido por el parlamento votado en urnas, quien responde no sólo a la abstracta idea de pueblo votante sino también al parlamento y al propio rey, que la realeza se iría junto con el país si es que éste se va por el caño. Todos, incluyendo al presidente de turno, saben que se puede mandar a rodar al monarca en cuanto éste se le dé por meter las narices en cuestiones de estado, pero nadie lo haría por protocolo y por evitar el espectáculo en los medios de comunicación, al menos que la cosa pública tenga sus escondiditos en peligro de ser hallados. Este elemento de control indirecto, casi etéreo, del poder ejecutivo ejercido ahora en España por un hombre de mediana edad dizque preparado para esos avatares muy diplomáticos internos y externos y que, aún esperemos, esté sintiendo la perentoria necesidad de disipar la gruesa sombra que oscurece la reputación de su familia. El asunto legal que ocupa a su familia va por el lado del peor de los delitos modernos: el blanqueo de capitales; el peor de los delitos porque es el que genera dinero real en los bolsillos de los criminales que ejercen industrosamente todas las actividades delincuenciales conocidas y por conocer.
Para seguir el hilo, en el Perú nunca llegamos a tener rey propio -empresa trunca de José de San Martín- como sí lo hizo el Brasil inicial con su peninsular don Pedro. Sin embargo, nuestro eterno péndulo político y su inmensa carga de corrupción no se quedan atrás. Damos bombos y platillos, sin meterlo en una celda que merece con creces, al ya dos veces proclamado presidente, pomposo charro de opereta, asiduo cantor del “pero sigo siendo el rey” donde haya mariachi que lo aguante. Mantenemos en la prisión, que también la merece, a un remedo de emperador de dos períodos presidenciales, negado para la danza y con cuyos hijos quiere iniciar una dinastía financiada por lingotes de oro secuestrados de la misma bóveda nacional. Tenemos a otro que se reclama descendiente de una princesa Inca y que quiere repetir el plato presidencial junto a su esposa de cinco nacionalidades. Y, ex-presidentes aparte, se hace la piel de gallina el sólo pensar que en la lista de aspirantes figure algún conspicuo miembro de la élite financiera internacional que tantos desbarajustes vienen causando con abultados resultados a favor de sus propias alforjas, peor si utiliza la misma mascota marketera del banco peruano líder.
Todos ellos calientan máquinas para competir en las elecciones generales del próximo año, una competencia que promete mucha sazón pero poca alternativa para el votante peruano sesudo y consciente de que se juegan futuros generacionales. Más que optimismo, abrigo la esperanza de que aparezca algún gallo de tapada que no muestre tanta pluma cochina, quemada o ensangrentada. Aún espero que los peruanos no tengamos que elegir entre sólo urdangarines bañados de falsa nobleza y dinero fácil.
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