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Dejando atrás la geo-política básica, el gobierno esloveno ha venido aprobando leyes que responden a los varios tratados internacionales de los que son signatarios ─ aunque llama la atención que un país que tiene un gran bolsón de migrantes en el mundo, especialmente en los Estados Unidos y la Argentina, no haya firmado aún la Convención Internacional sobre los Derechos de Migrantes─. A principios de este año que va terminando, el congreso esloveno aprobó una ley que confirmaba los derechos de la minoría homosexual, una formalidad que entró más en el terreno del testimonio o declaración oficial de inclusión de todos sus ciudadanos al mismo nivel que los consideran las instituciones supranacionales a las que pertenece Eslovenia.
Pero el mundo no sería el mundo si no existieran los obstáculos. Cuando Hansel, Gretel o la Caperucita Roja se están ocupando de sus propios asuntos, es que tienen que venir a meter el hocico las brujas y los lobos de los cuentos. Apenas el Parlamento Esloveno aprobó la ley de igualdad de homosexuales, se activaron sus tentáculos políticos y lobistas de los grupos más retrógradas de la sociedad eslovena. Y es que no van a abandonar fácilmente la relativa satisfacción de sentirse falsamente superiores que les otorga la capacidad de discriminar a otros, aunque para ello tengan que socavar la legalidad de su propia nación. Encontraron una salida perfecta para la versión con medias verdades: el referéndum. Y es que el referéndum es un mecanismo democrático que ha probado su utilidad contra las injusticias en muchos lugares, pero no en Eslovenia, por lo menos no es esta cruzada medioeval.
Lograron recoger algunos miles de firmas para pedir la consulta popular que derogaría a la ley de igualdad homosexual aprobada por el parlamento. Pasaron por la declaración de la obvia constitucionalidad de la validez de cualquier referéndum y, finalmente, la votación se dio el domingo 20 de diciembre último. En dicho referéndum, la condición era que la alternativa ganadora, el Sí o el No a la ley, saldría triunfante con mayoría simple de los votos sufragados y con un mínimo de 20% de votantes del universo de 1’700,000. Pues bien, sólo el 35% de los electores acudieron a votar (595,000 personas), de los que el 63% votó No a la ley (374,850 votos) y 37% votó por el Sí (220,150 votos). Es decir, una ley del parlamento democráticamente elegido fue derogada por el 23% del total de los votantes Eslovenos.
Así, una clara minoría impone, por el momento, el despropósito de la discriminación y la desigualdad ante la ley de otra minoría. Usando el dinero del 100% de los contribuyentes, un grupo conservador que ronda el 20% de los ciudadanos logra crear la ilusión de la desaparición de los derechos civiles que su propia nación se ha comprometido a respetar como miembro pleno de la Naciones Unidas y la Unión Europea. La derogatoria de una ley que ratificaba derechos existentes gracias a la constitución eslovena no cambia el estado de derecho democrático que protege a las minorías. La fantasía creada por una vicisitud temporal no impedirá que Hansel, Gretel y Caperucita lleguen con bien a sus hogares y que se formalice el final feliz que las democracias del mundo han firmado tiempo después del oscurantismo del medioevo europeo.
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