¡Termina la cuarentena el martes que viene! Ya puedes viajar a tu ciudad natal a visitar a tus padres y esperas que los pasajes no estén muy caros. Aunque de todos modos debes ir porque tu viejo ya se está olvidando de nombres y caras, así que buscas comprar el pasaje en la página web de la empresa de tu confianza, que es mejor viajar seguro en esta jungla del señor. No sale ni un asiento, ni un bus, ni una fecha. Pues llamas por teléfono. El fijo no responde, pero un celular sí. No te pueden llevar a tu tierra porque hay una región entera que continúa en aislamiento social obligatorio, con todo su territorio como barrera entre Lima y tu ciudad. Si vas al norte, Ancash y Huánuco están en medio. Si vas al sur, Ica y Arequipa se interponen. Si vas a la selva central, tendrías que evitar Junín y no hay forma. Cuelgas y piensas que será mejor hacer más reuniones Zoom con tu familia. Quizás, a punta de insistencia virtual, al viejo le brillarán los ojos cuando vea tu cara y recuerde tu nombre.
De 7 a 4. Está bien. Al fin reabrirán la atención al público y tú con tu trámite documentario en paréntesis por más de tres meses en el ministerio. Bueno, supones que estarán con filo después del buen descanso que se tomaron y en el que nunca te respondieron el teléfono. No es verdad, te respondieron una vez, para dejarte escuchando la voz grabada de un animado propagandista de las bondades del estado peruano. ¿Por qué las voces de propaganda deben ser agudas? crees que es para aburrirte más rápido y cuelgues. No colgaste, ellos lo hicieron. El miércoles saldrás temprano y te encontrarás con que el transporte público está en paro y que tendrás que tomar un colectivo informal a S/ 7 el viaje de 15 minutos. Llegarás y te dirán que el cupo de atención está cubierto, que vayas al otro día, más temprano, que estarán atendiendo a la mitad de gente de lo que acostumbraban. Y te señalarán el cartel que dice "Atención a un máximo del 50% del aforo".
No hay cama disponible en el hospital nacional covid. Te dicen que internarán a tu pareja en una clínica privada cercana, así que tomas un taxi al frente. Te cobra extra porque se arriesga a contagiarse. Tenían razón, la internan, gracias. Te despierta el celular en la madrugada, es la clínica. Te dicen que hay cama disponible en el hospital nacional y que deberás trasladar a tu pariente a primera hora, que no olvides llevar un balón portátil de oxígeno para la transferencia, que todas las ambulancias están ocupadas luchando contra el enemigo viral. Comprarás muy temprano el balón y tomarás otro taxi, ambos a sobreprecio. Mientras amanece, te encomiendas a todos los santos para que la cama pública de la que te hablaron esté separada y no dejen a tu señora en la calle, como sí lo hicieron con esa profesora embarazada con su niño muerto en la barriga.
El presentador de noticias deja entrever un quiebre de voz cuando anuncia, lóbrego y sombrío, que a la aerolínea colombiana le deniegan la suspensión perfecta de labores por pandemia y se declara en quiebra. La minería nacional nunca dejó de movilizar sus concentrados durante los más de 100 días de aislamiento obligatorio peruano, pero su CEO más conspicuo amenaza con la debacle empresarial. Después escuchas, en el mismo canal, al presidente decir que las dos únicas factorías de envasado de oxígeno medicinal se reparten el mercado gracias a una ley que sólo permite comerciar oxígeno al 99% de pureza en el Perú, el mejor del orbe porque en el resto del mundo el 93% de pureza es médica y técnicamente aceptable. Ahora lo tienes claro, por ventajas legales, los precios de oxígeno son más caros, claro, 99% puro. Y, por demanda del mercado pandémico, los precios del oxígeno suben aún más. No te explicas cómo un empresario en la selva vende al precio normal, a precio de tiempos normales en el país. Te preguntas si ese generoso señor quebrará y si el presidente con las leyes del oxígeno algo hará.
Tu prima, y amiga de la infancia, te cuenta que dio a luz sin problemas y que eres el orgulloso tío de un saludable varón. Pero tú la conoces y percibes que no todo es felicidad en la buena noticia. A tu insistencia, ella te confiesa que no ha podido lograr que le pongan la vacuna de los dos meses a tu flamante sobrino porque no están vacunando niños sanos durante la cuarentena obligatoria, que lo harán después de la guerra contra el covid. Tú ya eres papá desde hace un tiempo, por lo que sabes que esa vacuna es la prevención obligada y obligatoria para tétanos, polio, hepatitis B, difteria y un largo etcétera. Se te paran los pelos de la nuca de imaginarte que alguna de esas enfermedades le dé a Matías, que así se llama el bebé. El recuerdo de niñez de dos amigos discapacitados por la poliomielitis te empieza a horadar la cabeza y no te dejará en paz. Apenas acabe esta cuarentena, irás a acompañarlos al hospital para ayudarlos a no perder la guerra contra las enfermedades que el ejercito peruano de la salud renunció a pelear.
Chaclacayo, junio del 2020
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