Lo que algunos (peruanos) aún no ven frente a sus propios ojos es que la supuesta polarización política —de Bueno vs. Malo, Terruco vs. Facho, Ellos vs. Nosotros— nunca existió. Lo que realmente existe, siempre ha existido, es el gobierno de lo subterráneo, siniestro, corrupto (llámese como se llame: legislativo, ejecutivo central, regional, municipal, prefectural…), que siempre ha medrado en la antigua e indestructible endemia de la cepa viral «corruptus-sempiternus» criada en su protector, extremadamente complejo, caldo de cultivo donde sólo pueden sembrar grandes faenas de negocios quienes bailan con el pañuelo más distante de las leyes que no se hicieron para ellos.
Dejen ya (peruanos) de tomar el nombre de la democracia en vano, especialmente porque nunca ha existido por estos lares (ni antes ni después de los chavines, waris, tiawanacus, muchiks, incas, castellanos, criollos, y nosotros). No olviden que Pedro Castillo (el de turno) es un outsider más, de los que tanto nos gusta elevar de la nada como mal menor de dos males «polarizados», y se comportará como outsider mientras pueda. Es claro que, si no puede convertirse en dictador (como Alberto Kenya Fujimori, por hablar del más famoso), se esfumará tan campante en la historia con todo lo que pueda cosechar antes de ser expulsado o neutralizado, a imagen y semejanza de tantos otros antes que él (¿qué fue de las antiguas defenestraciones de palacio de gobierno a lomo de burro?, digo, como para sazonar el espectáculo que tanto nos gusta).
No olviden tampoco que seguiremos produciendo políticos y gobernantes de esa laya, y quizás peores, mientras nuestra fallida nación no se avergüence de sus muchos trapos sucios, ni se enorgullezca de sus pocos, casi esquivos logros.
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