17 enero 2023

Vida social superior

Desde que estallaron las protestas en la Francia del último rey de los franceses, quizás antes, empezó el pleito entre las ideas de libertad e igualdad en la humanidad. Eso no fue impedimento para que las dos palabras fueran incluidas en la declaración máxima de la revolución burguesa de 1789: Libertad, Igualdad y Fraternidad.

     La fraternidad, hermandad, unión de voluntades, es claro que no pasa de ser un anuncio vacío en todas las sociedades humanas que, tarde o temprano, sacrifican sus alianzas y compañerismos por el interés particular de grupos, familias e individuos.

     También es claro, en la historia y en el presente, que no puede existir libertad total, ni igualdad total. En el hipotético caso en que se llegue a uno de los extremos, libertario o igualitario, la sociedad explota, y volvemos a decapitar reyes, militares, y otros hermanos fraternos.

     Y es que no podemos ser tan libres que nos permita a una persona, o a una familia o tres, ser dueños de todo lo que es de cada persona libre. Ni podemos ser tan iguales que nos obligue a una persona, o a una familia o tres, dejar de producir el sustento de cada persona igual.

     Aun fuera de la tiranía de las ideas absolutas —un poquito dentro de la zona gris—, el mundo político se ha vuelto a polarizar en torno de esas dos ideas, los libertarios por un lado y los igualitarios por el otro. Los unos y los otros confunden a su idea, noción, concepto con cualidades inherentes al ser humano, como si libertad e igualdad fueran tan reales como la respiración o la digestión, el acto de desplazarse o el de pensar.

     También la gente, la opinión pública se deja embaucar en esa interminable discusión divisoria en la que cada bando, cada tribu enarbola la bandera irreconciliable de la Libertad, o de la Igualdad, separada y absoluta.

     Así las cosas, lo que conocemos como nuestros países (con simientes en la Revolución Francesa de hace sólo 233 años), lo que llamamos nuestras patrias caminan hacia la destrucción, y a su consecuente reemplazo por una forma de vida social superior.

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