23 febrero 2023

El elefante en la sala

En un Estado fallido, en el común de los Estados fallidos, los habitantes suelen prestar ojos y oídos a quienes teorizan conspiraciones que ayuden a cimentar un mundo irreal donde el estado de cosas debe perdurar porque dizque es lo más conveniente para todos y todas. Después, las redes sociales de los anónimos ciudadanos se encargan de transcribir y compartir las opiniones más célebres; sin acreditar autorías, por supuesto, que las conspiraciones se alimentan del misterio.

    Es perentorio, eso sí, que los autores de esas opiniones célebres sean figuras públicas —periodistas, analistas, expertos— que teorizan sus opiniones a tiempo completo en la prensa masiva. Aunque es justo aclarar que algunas opiniones célebres, las más celebérrimas, provienen de fuentes extranjeras. Si la fuente tiene renombre e imagen, quien la usa, la cita —aunque dicha imagen tenga pies de barro—, pero si esa fuente extranjera no tiene recordación popular, pues se la mantiene anónima, que ya sabemos que las teorías conspirativas suenan mejor en el rumor.

      También es ineludible que las opiniones célebres tengan el menor soporte, la menor evidencia posible. Mientras menos, mejor. La razón de esta explicación recae en los «10 Preceptos de la Manipulación Masiva», que son bien conocidos por obligación por los creadores de campañas de mercadeo político o comercial. Y es que ésos preceptos no fueron creados como mera opinión de conspiración, sino que fueron planteados como hipótesis y, luego, probadas debidamente en el terreno social y psicológico. De ahí la necesidad de expresar las opiniones célebres que fanatizan en medios de comunicación masiva. Es ahí donde los morbos son seguidos con fidelidad de fanático canino.

    Pero no me malinterpreten, no es que los creyentes de lo absurdo sigan a quien quiera que elabore mundos imaginarios. No. No gustan de quienes escriben relatos o novelas de ficción, o poesía. En realidad, la fanaticada mediática lee y escucha con esclavizado interés a supuestos periodistas de investigación y sospechosos analistas cuya mejor (y única) especialidad es juntar y mezclar un poco de información verdadera con bastante de la falsa, sin orden ni concierto. Vamos, si la fusión del arroz con el mango ya se expende con mucho éxito en la culinaria peruana, ¿por qué no reportear arroces con mango informativos en comentarios televisados y en artículos publicados?

      Hay una larga lista de aquellos creadores de opiniones célebres que ponen mucho cuidado y esfuerzo en obviar evidencias fácticas y pruebas reales al hablar o escribir. Pues, si demostraran objetivamente sus opiniones, ya no podrían colaborar a la perduración per sécula seculorum del sacrosanto statu quo (ya saben, «el sistema, que es bueno para la patria aunque no lo parezca»). Hacer periodismo profesional y honesto les haría perder fama y celebridad mediática. Desgraciadamente, no puedo mencionar nombres por si algún experto en hacer que la mentira parezca verdadera me embarque en un reclamo legal con sentencia prefabricada. Por sí los juicios.

    En el siguiente episodio de este blog, tengo tramado hacer un somero análisis de un botón de muestra, de una flor de opinión célebre que fue publicada hace muy poco en 4 largas páginas de revista. Y, a manera de degustación, déjenme citar una opinión célebre y verídica acuñada por aquel opinólogo de prensa, un capo en ficcionar la no-ficción:

No hace falta acreditar que [los arrestados en protestas políticas] pertenecen a Sendero Luminoso para constatar que son terroristas.

de Lauron Buys Coaching
    Antes de decir hasta pronto se me antoja indispensable aclarar que, como todo buen peruano, soy consciente de lo que realmente viene sucediendo desde muy atrás en nuestra fallida sociedad, de lo que los célebres opinólogos evitan mencionar, del elefante que no quieren ver en la sala.

    Soy consciente de que nuestro Estado está altamente influenciado por el poder económico de capitales sucios, donde el narcotráfico predomina largamente, pero sin lograr eclipsar a la minería ilegal de oro, a la trata de personas, a la tala ilegal de la Amazonía, al crimen urbano, y a un largo etcétera de actividades ilegales. Medran todos en simultáneo como secretos a voces en esta sociedad aún en pañales cochinos.

      Soy consciente de que existe el terrorismo, mas hace mucho que el terror se hizo socio de las actividades ilegales que reinan en nuestro país. El terrorismo es parte intrínseca de la ilegalidad, descubierto ya de sus dudosas ropas ideológicas de los años 60, 70 y 80. El terror opera bajo las fatuas vestimentas de la adoración al dios dinero y el éxito fácil.

    Soy consciente de que el terrorismo con el que convivimos los peruanos ahora está emparentado con los terrores de las ciudades americanas inundadas de bandas de delincuentes que cobran cupos para no dañar a la gente honrada que vive en sus territorios, de sicarios que a plena luz del día siembran cadáveres de criminales como ellos y de inocentes abatidos por balas perdidas, de gánsteres disfrazados de empresarios y políticos que convierten a los agentes económicos estatales y privados en mafias, de columnas de asesinos rurales que mantienen a la ley fuera de vastos territorios liberados para el crimen, de las corporaciones que hacen prohibitivo el precio de camas clínicas que pueden salvar vidas durante pandemias, de jueces y fiscales con sentencias ofrecidas al mejor postor, de policías que han cedido las urbes a las bandas delincuenciales, de gobiernos represores de los derechos humanos más elementales, y de tantos terrorismos más.

    Hasta pronto.

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