Nos ufanamos desde hace algún tiempo de nuestra estabilidad económica y no nos falta asidero, en tanto que los precios de productos mineros se mantengan con la barriga henchida. Aunque la locomotora comunista-corporativa china haya anunciado una desaceleración de su marcha este año, nadie ve motivos para preocuparse mucho, más aún cuando contamos con un colchón que el ministro Castilla defiende celosamente, como queriendo contradecir a su antecesor presidente que pedía presupuesto para sus obras con el famoso "Debe - Haber Dinero".
Sin embargo, seguimos hipotecando el futuro al no formar académicamente y tecnológicamente a nuestros jóvenes. Preocupa ver cuán incompetentes pueden llegar a ser mis compatriotas en muchas de sus empresas, o emprendimientos como dicen los huachafos ahora. Es impresionante ver cómo pueden complicar sencillos procedimientos hasta desfigurarlos y perder el verdadero objetivo. Esta semana he vuelto a las aulas y he sido testigo de las idas y venidas de un grupo de profesionales de una reputada universidad privada de Lima tratando de coordinar la organización de unos cuantos cursos de idiomas en un par de colegios. Aún siguen dando vueltas, y seguirán dándolas, sin haber conseguido que ni los alumnos ni los profesores tengan un texto ni tecnología educativa mínima en aulas, ni hablar de materiales adicionales de refuerzo.
Seamos francos, los coordinadores universitarios que menciono no tienen la culpa de sus estrambóticos círculos fallidos alrededor de su esquiva meta. Tampoco son culpables los miembros de la oficialidad mayor de la Policía Nacional de su fracaso en la seguridad ciudadana. Ni hablar de los docentes al mando del Ministerio de Educación y la peor educación pública y privada de Latino América de todos los tiempos. No creo necesario mencionar a los profesionales que manejan los hilos del Ministerio de Energía y Minas y su rutilante descalabro en la pequeña minería. Nadie a cargo de algún campo de nuestra sociedad puede ser inculpado.
No podemos culpar a ningún peruano por una sencilla razón: el Perú nunca ha preparado a ninguno de sus ciudadanos como política de estado, ni parece tener la más mínima intención de hacerlo en el corto o mediano plazo. No hablo de la seudo preparación que reciben la mayoría de los profesionales de este país en las mil y una universidades privadas y sus promesas de doble titulación, bilingüismo, y otras maravillas que no pasan de ser palabras. Hablo de una preparación universitaria de nivel internacional que tenga metas de estado, ya sea en una universidad privada o estatal, que apunten a las necesidades de desarrollo del Perú y no a la mera búsqueda de cartones con títulos tan rimbombantes como inútiles. Y es que, en estos tiempos, si hay peruanos que sobresalen en uno u otro campo, casi invariablemente, se debe a que otro país los acogió como suyo dentro sus programas de desarrollo humano en marcha.
Nos ufanamos de nuestro crecimiento en ventas internacionales de materias primas, pero no hallamos la humildad para reconocer nuestra condición cultural de ciudadanos del cuarto mundo. Somos un país de ingresos medios con una de las peores distribuciones de la riqueza y ninguna conciencia de nuestra enraizada africanización.
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