A una persona promedio de hoy en día le resulta difícil leer más allá de 1,000 palabras. Y dicen por ahí que una imagen vale más que aquellas 1,000 palabras. Pues bien, el cerro atacado de pico y pala que aparece en la imagen, conocido como Algamarca, alguna vez albergó una mina en su falda opuesta al valle. Y aunque los cerros pecan mucho menos que nosotros, Algamarca cometió el único pecado de no haber revelado su secreto de oro y plata cuando la explotación minera del siglo pasado seguía su curso formal, cuando nadie tuvo siquiera la pesadilla de los tiempos salvajes que vendrían en un mundo, como el Perú de hoy, en que la democracia mal entendida viene permitiendo a aventureros sin nombre ni apellido destrozar grandes territorios de la sierra norte.
Para quienes hemos recorrido los caminos del Valle de Condebamba en dirección al pueblo de Cajabamba, el avistar el azulado Cerro de Algamarca como un trozo de noche enclavado al otro lado del caprichoso río significaba la bienvenida anticipada al malecón de la plaza, al doble campanario, a la protección de los tejados salpicados de musgo. Esa bienvenida de añil no se ve más en el camino. Los buscadores de tesoros le hurtaron la piel dejando que los recuerdos de mejores tiempos se muestren en su entraña.
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