Hoy quise aprender gallego. Quizá por lo del tatarabuelo que se le dio por mudarse de aquel lado de los océanos, o quizá por todas las bromas que se gastan a costa de los nativos del norte húmedo de las Españas que no dudaron para invadir las Américas hispanas en silencio, o quizá por la forma en que el idioma de marras viene ganando el terreno que perdió en Galicia, quién sabe.
No pasé del alfabeto. Al fin y al cabo, me justifiqué, qué carajo gano hablando en gallego con gente que, como yo, ya olvidó esa tierra y sus decires hace ya un buen par de longas generaciones.
Me volví, entonces, con curiosidad de retorno a la casa del otro lado de mi laguna genética y sólo pude encontrar vestigios de lo que alguna vez se llamó la “lengua del pescador”, el idioma de los Muchik, que llegó hasta los cerros que aún se ciñen al contoneo del Río Condebamba en el norte peruano, gracias a algún grupo de mochicas viajero, tatarabuelos de este lado de los océanos.
Inútil. Ya nadie lo habla en todo el país, excepto por los lastimosos intentos de un par de académicos del INC que no logran nasalizar apropiadamente los sonidos guturales del lenguaje del fundador Pakatnamú y los herederos Chimú de Chan Chan. Tampoco yo podría hacerlo ahora que mis años escolares yacen enterrados bajo cuatro décadas.
Al tomar conciencia de esa debacle, envidié casi con rencor a los paraguayos y su idioma Guaraní aún vivo en boca de cada uno de sus hispano-hablantes. Pero quién soy yo, me dije, tornando a la desolación de quien se entera que ha perdido algo antes de conocerlo. Quién soy para pretender la fluidez de la conversación de los tatarabuelos que poblaron los lugares que marcan mis ancestros. Quién puedo ser yo para envidiar bilingües en otros lares que sí usan sus escuelas para mantener sus tradiciones. Qué puedo exigir a nadie si tampoco sé recitar ni el alfabeto en Quechua, el idioma de los Incas, últimos colonizadores del Perú. Ni hablar de conocer el Qhapac Ñan, camino inca que sigue recorriendo ruinoso el territorio que llamo mi país.
Publicado por Juanjo Fernández Torres en Entretanto Magazine.
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