Alguna vez Ángela fue conocida como Angelita. Hoy nadie la conoce por ese nombre, ni ella misma. Hace ya largos cuarentiocho meses se cerró abruptamente para ella un capítulo de trece años en su vida en el que sí tuvo una cama para ella sola en la casa de sus padres en su pueblo natal, una cama que no debía compartir apresuradamente con todo aquél minero que transe precio a la entrada de la tienda de campaña en la que don Gregorio la exhibe como su propiedad a los cofrades de la excavación al pie de alguna montaña preñada de mineral valioso.
Pepito le decían en su casa en la aldea selvática donde nació y vivió diez años. Ahora es José a secas y debe robarle a un cerro varias cargas de volquete a punta de pico y pala con la esperanza que su dueño, don Felipe, no olvide llevarle el diario plato de frejoles y arroz como premio por su trabajo. Con suerte, si algo brillara con un color más cobrizo en alguna palada, podría esperar un huevo frito sobre el potaje de cada día. Los días de tacacho, juanes y cecina están ya perdidos en su memoria y sus papilas; que cuando hay hambre, cualquier plato es potaje, aún cuando la poca carne provenga de algún roedor distraído.
Dos casos resumidos de los tantos miles de personas que son arrancadas de sus vidas, de sus familias, de sus tierras para utilizarlos como esclavos productores de ganancias mediante la explotación sexual y los trabajos forzados conexos a los múltiples campamentos mineros en operación, con especial énfasis en la minería ilegal que silenciosamente continúa su marcha inexorable desolando territorios enteros de América Latina, visibles ya desde fuera de la atmósfera terráquea. Esta cara de la moneda productiva de materias primas nos hace celebrar la baja de los precios internacionales de los minerales, aún cuando ese hipo bajista perjudique al ingreso nacional de varios países que no utilizan ni un centavo para proteger efectivamente a sus ciudadanos más vulnerables, niños y niñas de las zonas periféricas de las ciudades y fronteras de las naciones subdesarrolladas.
No es un secreto para nadie que la trata de personas es un gran negocio en el mundo criminal. Todos sabemos, o hemos escuchado, que es un “negocio” de miles de millones de dólares anuales, que sólo el narcotráfico genera mayores rentas, que existen muchas instituciones públicas y privadas dedicadas declarativamente a su control, que la esclavitud fue abolida de las Américas en el siglo XIX, y tantos detalles más que entran por un oído y salen por el otro. La trata de personas sigue floreciente y saludable sembrando el terror entre sus víctimas y aprovechando que nadie cree que las cosas malas le sucedan a uno mismo o que muchísima gente utiliza los servicios y productos obtenidos mediante la explotación sexual y el trabajo forzado de los esclavos modernos. Un siglo y medio después, podemos decir que Abraham Lincoln en los Estados Unidos del norte y Ramón Castilla en el Perú solo hicieron un avance parcial al ilegalizar la esclavitud en sus países.
Publicado por Juanjo Fernández Torres en El Libre Pensador.
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