24 marzo 2014

Se cae de Maduro

     Venezuela es el tema diario en las Américas y no faltan razones para ello. La existencia de un gobierno hecho de arengas callejeras e ideas trasnochadas sin contacto con la realidad justifica lo que está pasando en las calles. Como muchos otros latinoamericanos, pienso y siempre pensé que el Presidente Maduro nunca debió ser presidente o que debería haber dimitido hace mucho. O, al menos, haber hecho un gobierno de concertación nacional para empezar a enderezar las cuentas nacionales del país con el subsuelo más rico de toda Suramérica. Al no haberlo hecho, la gente que vio caer sus propiedades bajo el poder estatal busca, con toda justicia, recuperar el terreno perdido. Se cae de maduro.  Sin embargo, la pregunta que nadie se ha hecho todavía es qué se hará con los pedazos cuando el aparato gubernamental estalle por los aires.
     La alternativa más plausible, e indeseable, es que Venezuela regrese a su ya legendaria bisagra política y se vuelva a repartir el poder político entre dos añejos partidos, la Democracia Cristiana (por qué no decirlo, la derecha tradicional) y la Social Democracia (tradicionalmente de derecha aunque se anuncie socialista). Dos situaciones peliagudas se presentarían como corolario, una tan inmediata como el efecto Rajoy y otra a medio fuego como el “modelo” peruano. Dios los pesque confesados.
     La primera traería a gobernantes que apretarían más aún el cinturón, creando nuevos orificios para la hebilla económica. Contando con su poder mediático, lograrían así perpetuar la brecha de ingreso venezolana a los paupérrimos niveles acostumbrados de esta parte del mundo. Lo peor de esta situación es que nadie parece recordar los gobiernos bañados de corrupción previos a Chávez. Nadie parece haber visto los fantasmas del expresidente Carlos Andrés Pérez (compadre y tutor de su par peruano Alan García), defenestrado por la Corte Suprema venezolana, o de Lusinchi y otras perlas presidenciales de la bisagra democrática venezolana que penan por el Palacio de Miraflores. No fue culpa de la democracia, pero esos especímenes de la política se encargaron que Venezuela, el país que alguna vez fuera el más floreciente de la América Latina, estuviera mordiendo el polvo mucho antes de la aventura chavista. Fui testigo presencial de esa ridícula contradicción.
     La segunda situación post Maduro sería una vorágine de partiditos, cada uno con agenda personalísima bajo el brazo, y que llevarían al poder político a los empresarios y mercantilistas de todo tamaño y procedencia legal del país. La cosa nacional venezolana iría de Guatemala a Guatepeor, con el agravante que el público común y corriente no se percataría de su caída libre al modelo peruano de vulgarización de su mundo, de educación por las patas de los caballos, de metástasis de corrupción en las instituciones gubernamentales, de renuncia al derecho de rebeldía so pena de ser declarado saboteador de la democracia.
     Que se vaya Maduro, pero que venga un presidente que rompa con la inercia política de hace más de 30 años. Que Venezuela ya no está para bolivarianismos rimbombantes ni para mercantilismos neoliberales.