Trescientos kilos de marihuana fueron encontrados en un bote varado que encalló
en Punta Hermosa, distrito limeño a la ribera del mar peruano en su
versión más gris. Todos esos kilos fueron abandonados por un par de
narcotraficantes colombianos que llevaban la hierba a Chile a sacarle
buen precio. Los caballeros demostraron fehacientemente su condición
de traficantes de drogas al acompañar al cannabis abandonado con una
bolsa con algunos kilos de cocaína, la droga de directorios y
gremios de alcurnia. De no ser por esa solitaria bolsa de harina
procesada, podríamos decir que los colombianos que nos ocupan
habrían sido, a mi juicio, contrabandistas de hierba medicinal no
declarada. Lo de contrabando no creo que lo discutiría nadie si se presentara el recibo de Sunat con el pago de los impuestos
correspondientes como mercadería de tránsito por la
costa peruana. Lo de hierba medicinal sí tendría que ser sometido a un
intercambio de ideas en un país racional, quizá una discusión.
Bueno, sí, también habría que discutir si existe la partida
arancelaria que incluiría a los 300 kilos de marihuana
encontrada en la playa de Punta Hermosa. Y es que en el Perú, nada
que tenga que ver con la marihuana tiene legalidad en la práctica, creo que
inclusive mencionar su nombre en algunos círculos sociales te
acarrearía una sanción moral que te obligue a renunciar al gremio
de emprendedores de tu barrio.
El problema nunca
fue que la marihuana sea ilegal en Perú; el problema es que el Perú
no es un país racional para conversar y procesar
alternativas para el destino de los 300 kilos varados en Punta
Hermosa y todos los otros muchos kilos que produce o importa la
patria. Digo esto a juzgar por el escándalo mediático y callejero
que un grupo de cristianos ultra-conservadores está haciendo por una
imaginaria y maligna ideología de género que buscaría
homosexualizar a la niñez peruana para reclutar soldad@s para el
ejercito Lgtb mundial, o algo natural-bíblico por el estilo. Algo
así como cuando decidieron oponerse al voto femenino en los años 50
o a la creación del matrimonio civil al principio del siglo pasado.
Si formalizar oficialmente derechos básicos de personas que, contra la lógica y la ley, no gozan
de las prerrogativas constitucionales es motivo de reclamos airados y
mediáticos de la mayoría católico-cristiana, imagínense lo que va
a pasar en el debate sobre la legalización de la marihuana en este
país. Más aún cuando la producción o consumo de hierba no es un
derecho constitucional en ningún lado del mundo, lo que los aficionados al
cannabis sólo pueden lamentar pero no argumentar o exigir. Auguro entonces
una alucinante y monumental pelea entre los colectivos
ultra-conservadores de siempre versus el variopinto colectivo #notemetasconmihierba.
Hasta acá creo que
mi posición favorable a la legalización de la marihuana en el Perú
es pública y notoria, y dejo claro que estoy convencido que la
legalización debe ser total, pero regulada, para la producción y comercio de marihuana para fines medicinales y recreativos; sólo así podríamos obtener todos los beneficios que la legalización de cannabis puede traer a la sociedad. Pero mi opinión es solo una opinión, por lo que el grado de libertades
hierbísticas saldrá del libre juego democrático, para no
desentonar con la demagogia reinante. Lo que sí es claro y real es
que desde siempre existe un constante e imparable quehacer productivo
y comercial de la marihuana y siempre lo hemos dejado en manos del
mercado negro. Quiero pensar que la participación del narcotráfico
en el capítulo Cannabis Sativa es tangencial o, en el peor de los
casos, no llega a los niveles de control organizativo que muestra la
producción y comercio de la cocaína y heroína. Asumo también que
las organizaciones criminales de tráfico de drogas ven a la
marihuana como un complemento casi inocuo a sus drogas mayores,
complemento que mejora sus ingresos pero que acarrea
problemas logísticos de volúmenes sustantivamente mayores a las
drogas con pantalón largo. Y acá otra diferencia con las drogas
fuertes: los gobiernos le negaron al cannabis hasta el carácter medicinal que podría tener para varias enfermedades comunes de la
humanidad; es muy reciente la ola de aceptación oficial,
muchas veces parcial, del consumo medicinal o recreativo de la macoña (Cannabis Sativa). Antes de
las casi siempre tímidas formalizaciones estatales, ya han venido
desarrollándose esfuerzos tecnológicos que han conducido a la
creación de especies de cannabis con efecto mucho más potente y
capacidad productiva mucho más eficiente que la planta común y
silvestre. Tímida o no, la legalización de la hierba en el mundo avanza,
dejando al Perú nuevamente rezagado en una actividad que podría
resultar en mejora de la calidad de vida de un sector de nuestra
sociedad y abrir un nicho de negocio formal muy prometedor. Vamos,
casi US$600 por onza de cannabis de alta calidad en el DC de los
Estados Unidos, donde su consumo es legal, no es algo a descartar sin
siquiera darle una mirada.
De
Holanda a la Argentina y de Estados Unidos
a Corea del Norte los pueblos y gobiernos están variando la
situación legal de la producción, comercio y consumo del cannabis,
enfocándose en las diferentes facetas del negocio. Llama la atención
especialmente la legalización de producción, venta y consumo de
marihuana en Uruguay y la regulación de uso medicinal en Canadá. El
primero por la amplitud de la medida en que el estado tiene una
fuerte participación regulatoria y el segundo por la formación de
corporaciones privadas dedicadas al desarrollo del negocio de
cannabis medicinal. Ambas válidas, ambas
operativas. La experiencia canadiense ha llevado a la empresa
Pharmacielo Ltd. (https://goo.gl/Rqd08f)
a iniciar su cadena productiva en Colombia, país que reúne muchas
condiciones favorables al negocio formal de la marihuana medicinal.
Por el lado legal, Colombia ya acepta
el uso personal de cannabis hasta la posesión máxima de 5 gramos y,
con una pequeña ayuda de la corporación canadiense, el gobierno
está avanzando aceleradamente en las autorizaciones para uso
medicinal de la hierba, pasando por los permisos de producción y
comercialización. Por el lado práctico, territorios colombianos
liberados del control de las Farc se resisten a la sustitución de
cultivos de marihuana, lo que sumado al desarrollo tecnológico en el
que Pharmacielo Ltd. está empeñada en ese mismo departamento, dió
las condiciones ideales para que una cooperativa de producción de la
zona liberada firmara
un convenio de mano de obra a futuro, dejando
todo listo para el momento en que la
empresa tenga todas las autorizaciones para cultivar plantas
mejoradas y producir aceites medicinales para el mundo (ver artículo
del New York Times: https://goo.gl/wbVUyG,
publicado el viernes 10 de marzo del 2017).
El debate por la
legalización o despenalización de la marihuana en el Perú siempre
ha estado latente y se va acercando la hora de su
inicio formal. Habrán argumentos válidos y argumentos absurdos en
contra de la legalización de la marihuana, válidos como predecir el
posible incremento desmedido del consumo, y absurdos como las
múltiples interpretaciones religiosas que seguro aparecerán por
prestidigitación ultra-conservadora. También habrá argumentos
válidos y absurdos a favor de la legalización de la marihuana, como
que países que han legalizado el consumo como Holanda, Portugal,
Suiza, Jamaica, Argentina, México y Uruguay no han mostrado
incrementos de consumo relevantes. Y no faltarán argumentos absurdos
basados en ceremonias ancestrales de proto-religiones muertas o
inventadas. A toda esa vorágine variopinta de argumentos me permito
agregar la alternativa de una linea de negocio formal como el que se
encuentra en pleno proceso de implementación en Colombia. Aún
cuando acarrearía incluir dos o más corporaciones en la ya poblada
fauna comercial del liberalísimo y no regulado Perú, no deja de
atraer el atractivo de enfrentar un poder fáctico corporativo
al poder encubierto de las organizaciones criminales que perderían
una parte de su negocio. Y no olvidemos la eficiencia productiva
agrícola peruana gracias al invernadero climático natural de toda
su costa que permite, por ejemplo, producir más cosechas de
espárragos que cualquier fértil valle de la ultra-productiva China.
Por otro lado, estoy seguro que las comunidades peruanas de madres
dedicadas a la producción de aceite de cannabis medicinal para sus
propios hijos llevarán voz cantante en este concierto, precisamente
ellas han iniciado el debate nacional por la legalización de la
marihuana medicinal en Lima después de un decomiso sordo e inmisericorde de
plantas y equipo que proveían aceite de cannabis a niños enfermos
con excelentes resultados curativos.
Por lo demás, como
todos ustedes, cuento entre mis amistades de diferentes generaciones
a toda una élite de profesionales experimentados que considerarían
seriamente reducir sus pretensiones salariales para trabajar en una
empresa dedicada a producir o comerciar cannabis, especialmente si
les concedieran muestras gratis y descuentos corporativos en los
productos de la empresa. En mi caso, no tendría reserva alguna para recomendar la
apertura en todo el país de cafés cultural-hierbísticos que se
conviertan en la punta de lanza del venidero boom de la inspiración
creativa en el Perú.
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