¿Si
una candidata presidencial te ofreciera un sueldo de entrenador de
fútbol europeo para que le asesores en su cuarto intento consecutivo
en las elecciones de su país, aceptarías? De aceptar, ¿cuál sería
tu estrategia de fondo? ¿Confiarías en tu estrategia al punto de
cobrar tu estipendio por consultoría sólo si la candidata gana? Yo
aceptaría sin dudar.
Mi
atrevimiento al apoyar una causa electoral casi perdida se torna más
peliagudo si se considera que asesoraría a una organización
política sin más propuesta que el pragmatismo de estado, a un
partido que ha perdido elecciones en segunda vuelta por ser el mal
peor (de ésos que une a izquierdas y derechas en su contra), a un
grupo electoral que insiste en candidatear a un mismo nombre y
apellido. En concreto, se trata de asesorar a ganador a una
agrupación política que vendería su alma de papel al santo de los
imposibles más urgido de feligreses. Quizá lo único positivo de la
asesoría, dejando de lado lo moral, es que este tipo de partidos
políticos cuenta con inconmensurables, navegables, cantidades de
dinero de campaña; plata tienen, lo que les falta es ideas y
operatividad.
Mi
idea es simple: apoyar a dos candidaturas como propias. La
candidatura principal sería la que contrata como asesor, la de la
eterna perdedora, por supuesto. Y la secundaria, irónicamente la más
prioritaria, la de un desconocido, casi inventado, que esté del lado
conservador de todos los temas controversiales que siempre dividen
opiniones de países. Temas como: anti-aborto, anti-gay,
anti-trabajador, anti-regulación, anti-chileno u otro por el estilo.
Eso sí, cuidando que no le falte la sal religiosa, el punto exacto
de esa sal con saborcito sagrado. Esta receta, muy sazonada con
generosa cantidad de dinero de campaña, debe lograr que el candidato
secundario -en masculino, por simple machismo y patriarcado- pase a
la segunda vuelta electoral, el balotaje, para asegurar la victoria
final de la asesorada. Victoria que se daría gracias al ofrecimiento
de todo lo políticamente correcto en el centro conservador, nada
extremo ni de latitudes progresistas. Una vez en la presidencia,
siempre se puede encontrar un buen viento que se lleve a las promesas
a la distancia adecuada al libre albedrío gubernamental.
Para
esta estrategia tengo casuística fresca de mi lado: el caso de
Francia en su última elección presidencial del 2017 donde el actual
presidente Emmanuel Macron (caudillo de partido oportunista de
estreno) le ganó en balotaje a la candidata del extremo conservador
cuasi facista, Marine Le Pen; y el caso de la elección presidencial
del 2018 en Costa Rica, donde el candidato oficialista, Carlos
Alvarado Quesada, con una mochila cargada de corrupción partidaria
venció al fanático religioso anti-gay, Fabrizio Alvarado Muñoz,
quien había alcanzado la más alta votación en primera vuelta con
un partido ultra conservador. Nada menos que países como Francia y
Costa Rica que tienen largamente respetadas historias democráticas
en sus respectivos continentes.
Volviendo
al problema de los pragmáticos, es un hecho práctico que todo lo
que propone y realiza un partido de insistente candidatura única ya
lo propuso y realizó infructuosamente en varias elecciones perdidas
(plural variopinto) y nadie con dos dedos de sano juicio en la frente
puede creer que en la siguiente elección le irá mejor con lo mismo,
especialmente si debe invertir siempre en evitar sentencias penales a
sus líderes. No olvidemos tampoco que estamos hablando de
candidatura única (singular monocromático), así que el cambio de
candidato no figura en la ecuación. ¿Tienen mayoría parlamentaria?
promulgan leyes filtradas en lobismo corporativo, ¿tienen presencia
electoral nacional? participan en financiamiento de campañas
regionales, ¿tienen organización disciplinada? la rompen apenas los
intereses personales divergen de los partidarios. ¿Tienen más
preguntas?
Redondeo
mi propuesta de emprendedurismo político: primero pescamos un
candidato (hombre casado con hijos y amantes, mejor) conservador y
religioso sin ninguna posibilidad de ganar ni una elección de padre
del año en su barrio de siempre. Luego, lo preparamos en el discurso
anti del tema más santoficioso que pudiera abrigar el individuo de
marras, sin olvidar las adecuadas referencias
bíblico-papal-evangélicas. Finalmente, invertimos y controlamos
propaganda política hasta lograr que toda la minoría santoficiosa,
bíblica, papal y evangélica del país lo apoye. Así, con un
poquito de suerte e ingente campaña psicosocial mediática y en
redes sociales (o sea, trolles), tendremos un ganador de primera
vuelta electoral. Es un hecho comprobado, revisando números de
Francia y Costa Rica, que la minoría de la que conseguimos el apoyo
nunca ganará una presidencia en primera vuelta, no por ahora.
Obviamente, la mercadotecnia política de nuestra candidatura
principal le daría un expectante segundo lugar en primera vuelta. El
balotaje del mal menor está asegurado y mi millonario sueldo por
asesoría también.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario