15 julio 2018

El mal menor (o El arte de lo posible)

¿Si una candidata presidencial te ofreciera un sueldo de entrenador de fútbol europeo para que le asesores en su cuarto intento consecutivo en las elecciones de su país, aceptarías? De aceptar, ¿cuál sería tu estrategia de fondo? ¿Confiarías en tu estrategia al punto de cobrar tu estipendio por consultoría sólo si la candidata gana? Yo aceptaría sin dudar.

Mi atrevimiento al apoyar una causa electoral casi perdida se torna más peliagudo si se considera que asesoraría a una organización política sin más propuesta que el pragmatismo de estado, a un partido que ha perdido elecciones en segunda vuelta por ser el mal peor (de ésos que une a izquierdas y derechas en su contra), a un grupo electoral que insiste en candidatear a un mismo nombre y apellido. En concreto, se trata de asesorar a ganador a una agrupación política que vendería su alma de papel al santo de los imposibles más urgido de feligreses. Quizá lo único positivo de la asesoría, dejando de lado lo moral, es que este tipo de partidos políticos cuenta con inconmensurables, navegables, cantidades de dinero de campaña; plata tienen, lo que les falta es ideas y operatividad.

Mi idea es simple: apoyar a dos candidaturas como propias. La candidatura principal sería la que contrata como asesor, la de la eterna perdedora, por supuesto. Y la secundaria, irónicamente la más prioritaria, la de un desconocido, casi inventado, que esté del lado conservador de todos los temas controversiales que siempre dividen opiniones de países. Temas como: anti-aborto, anti-gay, anti-trabajador, anti-regulación, anti-chileno u otro por el estilo. Eso sí, cuidando que no le falte la sal religiosa, el punto exacto de esa sal con saborcito sagrado. Esta receta, muy sazonada con generosa cantidad de dinero de campaña, debe lograr que el candidato secundario -en masculino, por simple machismo y patriarcado- pase a la segunda vuelta electoral, el balotaje, para asegurar la victoria final de la asesorada. Victoria que se daría gracias al ofrecimiento de todo lo políticamente correcto en el centro conservador, nada extremo ni de latitudes progresistas. Una vez en la presidencia, siempre se puede encontrar un buen viento que se lleve a las promesas a la distancia adecuada al libre albedrío gubernamental.

Para esta estrategia tengo casuística fresca de mi lado: el caso de Francia en su última elección presidencial del 2017 donde el actual presidente Emmanuel Macron (caudillo de partido oportunista de estreno) le ganó en balotaje a la candidata del extremo conservador cuasi facista, Marine Le Pen; y el caso de la elección presidencial del 2018 en Costa Rica, donde el candidato oficialista, Carlos Alvarado Quesada, con una mochila cargada de corrupción partidaria venció al fanático religioso anti-gay, Fabrizio Alvarado Muñoz, quien había alcanzado la más alta votación en primera vuelta con un partido ultra conservador. Nada menos que países como Francia y Costa Rica que tienen largamente respetadas historias democráticas en sus respectivos continentes.

Volviendo al problema de los pragmáticos, es un hecho práctico que todo lo que propone y realiza un partido de insistente candidatura única ya lo propuso y realizó infructuosamente en varias elecciones perdidas (plural variopinto) y nadie con dos dedos de sano juicio en la frente puede creer que en la siguiente elección le irá mejor con lo mismo, especialmente si debe invertir siempre en evitar sentencias penales a sus líderes. No olvidemos tampoco que estamos hablando de candidatura única (singular monocromático), así que el cambio de candidato no figura en la ecuación. ¿Tienen mayoría parlamentaria? promulgan leyes filtradas en lobismo corporativo, ¿tienen presencia electoral nacional? participan en financiamiento de campañas regionales, ¿tienen organización disciplinada? la rompen apenas los intereses personales divergen de los partidarios. ¿Tienen más preguntas?

Redondeo mi propuesta de emprendedurismo político: primero pescamos un candidato (hombre casado con hijos y amantes, mejor) conservador y religioso sin ninguna posibilidad de ganar ni una elección de padre del año en su barrio de siempre. Luego, lo preparamos en el discurso anti del tema más santoficioso que pudiera abrigar el individuo de marras, sin olvidar las adecuadas referencias bíblico-papal-evangélicas. Finalmente, invertimos y controlamos propaganda política hasta lograr que toda la minoría santoficiosa, bíblica, papal y evangélica del país lo apoye. Así, con un poquito de suerte e ingente campaña psicosocial mediática y en redes sociales (o sea, trolles), tendremos un ganador de primera vuelta electoral. Es un hecho comprobado, revisando números de Francia y Costa Rica, que la minoría de la que conseguimos el apoyo nunca ganará una presidencia en primera vuelta, no por ahora. Obviamente, la mercadotecnia política de nuestra candidatura principal le daría un expectante segundo lugar en primera vuelta. El balotaje del mal menor está asegurado y mi millonario sueldo por asesoría también.

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