En estos tiempos, como en otros,
siempre hay peligro de ser engañado por gente apasionada por embolsicarse el
esfuerzo ajeno mediante actos casi legales y traición de lealtades. Caer en una
maraña, una pirámide de mentiras avaladas por un cuerpo de leyes desperdigadas
y mutiladas, es más fácil y común de lo que nos gusta creer. Hipotecar tiempo
de vida de trabajo a pagar la ambición
por el dinero fácil de quienes hacen una vida de bella imagen social con
el trabajo ajeno es, desafortunadamente, pan de cada día en la sociedad de
nuestro mercado del sol creciente.
Una vez víctima, no hay
vuelta atrás ni apelando a los poderes de la legalidad penal, civil ni
administrativa de la patria. Y es casi irremediable caer en un constante estado
de ira racional -que por su racionalidad es más desvergonzada, ergo dolorosa-
que te puede convertir en un individuo de conversación monotemática y fácil de
encasillar justo debajo de la sombra de la conspiración, tu conspiración,
contra el éxito de quienes se enriquecen sin acordarse de la ética, peso muerto
en su camino inexorable a la cima de la pirámide económica. Es fácil confundir esa
cólera, temporal y desbocada de necesidad, con la amargura por la pérdida de
algo esencial e inherente a la naturaleza humana. Es simple llegar a la
conclusión, con furia sorda, que tu propia ambición fue la razón por la que parte
de tu trabajo futuro irá a manos de gente séptica que te engañó, es aceptar la
lógica de un proceso mental infectado de estupidez temporal.
En realidad, es un
sentimiento de pérdida lo que te lleva a dejar de ser tú mismo y desdibujarte
en una mancha tan igual a tantos otros desdibujos. Esa pérdida se torna real al
comprender que se desvaneció tu rebeldía, tu impulso más humano y decente, personal
y único, que te permite rechazar a la mentira flagrante y que te impulsa a luchar
contra lo corrupto y abusivo. Pierdes la rebeldía -confiemos que temporalmente-
y te hundes en una nostalgia inadvertida, que te empieza a carcomer desde
dentro, en un sentimiento que alberga a un mudo grito de venganza. Y crees que
te reinventas al hacerte un ser vacío que se llena con rutinas recetadas de
conformismo e individualismo pasteurizado. Y haces muecas parecidas a sonrisas para
agradecer con corrección política por la ilusión de la deuda saldada. Y te
encandila la feligresía del dogma económico y laboral que traga a todos sin
excusas ni explicaciones.
Y aunque no usemos a la
rebeldía tan a menudo como debiéramos, es bueno saberla propia cada vez que nos
encontramos con fanáticos del dogma social del insaciable mercado, que circulan
por el mundo ataviados con narices rojas que los desinhiben para anunciar a voz
en cuello sus optimismos sustentados en trabajos mal retribuidos y créditos con
intereses sobredimensionados. Es aún mejor tener a la rebeldía de nuestro lado cuando
tenemos la malhadada suerte de encontrarnos con quienes creen merecer el poder social y económico que detentan efímeramente,
casi siempre obtenido a través de desvíos y caminos cortos cubiertos de su
propio lodo.
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