31 marzo 2022

¡Guerra!

Europa no ha perdido su toque para chocar armas, a pesar de la unánime opinión acerca de los horrores de las guerras, sin importar las razones. Algunas fragmentaciones de las extintas URSS y Yugoslavia ya han causado muchísimas pérdidas humanas y económicas; sin embargo, allá van otra vez con una nueva invasión, esta vez al antiguo territorio de los Rus, que tomó el nombre Rutenia allá por el medievo y, luego de inexplicables retruecos lingüísticos, devino en lo que conocemos como Ucrania. Esa patria siempre repartida entre los reinos vecinos de Europa hasta que se las arregló para unir sus territorios durante el marasmo de la Segunda Guerra Mundial, aunque continuó bajo la égida del imperio soviético. Ahí tuvo a su favor la masiva inversión estatal rusa —una especie de Plan Marshall soviético—, incluyendo instalaciones nucleares (no olvidar Chernóbil).

      Después de su independencia en 1991, dos revoluciones —la naranja y el euromaidán— llevaron a Ucrania a europeizarse de a pocos, meciéndose en el péndulo político entre presidencialismo y parlamentarismo. Mas toda crisis política produce gobiernos débiles, lo que el 2014 fue aprovechado por la Federación Rusa para anexarse la auto-declarada independiente Crimea, península más que importante en el Mar Negro, ruta obligada de los eslavos orientales hacia el Mar Mediterráneo. Desde entonces, los ucranianos se han dedicado a una guerra interna entre gobierno e independentistas disputándose el territorio oriental y rusoparlante de Donbás, en la frontera con Rusia. Los rusos no se limitaron a apoyar abiertamente a las también auto-declaradas independientes repúblicas de Donetsk y Lugansk, sino que decidieron tomar el toro por las astas invadiendo Ucrania. Al fin, dicen que hay el ejemplo de Kosovo, república también auto-declarada independiente que fue asistida por la OTAN con los bombardeos de 1999 a Servia, república de la que se desmembraron los kosovares con reconocimiento de la Unión Europea. Pero ésa no sería la única explicación a la invasión rusa de Ucrania.

      La OTAN que mencionaba no limita su poco feliz participación en la historia de las guerras al territorio europeo, sino que ha mostrado su beligerante pacificación en muchos lugares desde 1949, año en que el tratado político-militar del Atlántico Norte fue firmado por 12 países fundadores en Washington. Ahora son 30 países, 14 de los cuales han sido admitidos a partir de 1999, los 14 europeos, los 14 de detrás de la desplomada Cortina de Hierro, los 14 cercanos a la Rusia nacionalista de Vladimir Putin. Y la OTAN todavía anuncia puertas abiertas para cualquier Estado europeo, no africano ni latinoamericano, le encantaría sumar a Finlandia. No debe ser muy cómodo para la Federación Rusa tener bases militares de EEUU y de potencias occidentales al costado de sus fronteras, como no fue cómodo para EEUU en la fracasada invasión a Cuba allá por el año 62.

      Explicaciones aparte, la OTAN viene mostrando otra vez su visión y misión acantonando tropas en Polonia —muchas norteamericanas— que fueron visitadas hace poco por el presidente de los EEUU, quien en un discurso de ánimo guerrero a sus soldados describió la gravedad humanitaria en Ucrania, y remató: «ya lo verán cuando estén allá». Bueno, un lapsus linguae lo tiene cualquiera, aunque este hable de impronunciables y veladas intenciones norteamericanas. Sin embargo, lo velado se vuelve obvio al ver la activa manera en que los EEUU siembra tropas y armas en zonas políticamente calientes de Europa y Medio Oriente —con OTAN e Israel— y frente a las costas de China —con Quad (EEUU, Japón, India, Australia) y AUKUS (Australia, Gran Bretaña, EEUU)—, esperemos que esa siembra no termine cosechando tempestades cargadas de poder nuclear ruso o chino.

      La narrativa trillada de defensa común con que acompañan al armamento y soldadesca de occidente solo consigue insultar a la inteligencia de un mundo cada vez más informado del ir y venir de las empresas manufactureras de armamento y tecnología militar. El mundo sabe que las empresas bélicas norteamericanas son responsables de +60% de la producción de los 25 gigantes de la industria armamentista mundial, las europeas venden menos pero a más países, las chinas van muy atrás pero in crescendo, y las rusas les siguen pero en franco declive. Los EEUU y sus aliados están jugando con fuego a conciencia, como lo hicieron en los fracasos de Afganistán y Siria. Al parecer, los beneficios económicos y geopolíticos son muy grandes para salirse del juego.

      En lo económico, aparte de armas, las exportaciones norteamericanas de remanentes de su producción de gas natural se destinan a Europa para cubrir una porción del gas natural ruso vedado por sanciones político-financieras. Bueno para Norteamérica, pero pésimo para Europa, que no está preparada aún para declinar el combustible ruso y se les cierne una depresión económica que los ha puesto ya en estado de alerta por futura escasez de energía. Y en lo geopolítico todo indica que para EEUU, y sus furgones de cola, Rusia representa sólo una etapa previa al enfrentamiento abierto con el verdadero enemigo jurado: China. Si no fuera así, que expliquen por qué el jefe del Comando Indo-Pacífico de la Marina norteamericana, Almirante John Aquilino, viene augurando una inminente invasión china de Taiwan desde hace un año, mientras disfruta del buen clima del Mar Chino y Océano Índico a bordo de sus portaaviones; que expliquen por qué EEUU expresa intenciones de solicitar sanciones de NNUU a Corea del Norte; que expliquen por qué siguen formando alianzas militares anti-China con Japón, India, Australia y Gran Bretaña. No creo honestamente que puedan explicarlo, y créanme que no lograrán tapar la luz del sol con tan solo gritar a los cuatro vientos que defienden a la democracia y a la libertad.

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