Todos lo peruanos sabíamos que los gobiernos ejecutivo y legislativo iban a hacer gestiones pésimas en estos tiempos de crisis —casi sinónimo de Perú—, y no era difícil saberlo, primero porque es costumbre en este país encumbrar ineptos o malintencionados en la dirección de la cosa estatal (con unos más mediáticos que otros). Y, segundo, porque los cientos de residentes temporales que han pasado por el Congreso desde el autogolpe fujimorista de 1992 han trabajado en muchos conciliábulos para destrozar el endeble sistema electoral que teníamos antes de la dictadura del falso indultado. El actual Estado de Derecho de la República del Perú es el menos democrático de toda su historia.
No será, entonces, solución a nuestros problemas el cambiar de gobernantes (ejecutivo y legislativos) aún cuando hagamos nuevas elecciones por enésima vez con las mismas reglas electorales que entorpecen el surgimiento de candidatas y candidatos aptos y decentes. El círculo seguirá siendo tan vicioso como siempre si los transportistas, agricultores, profesores, empresarios, profesionales, constructores, repartidores, inmigrantes, emigrantes, ciudadanos urbanos y rurales, no nos empecinamos en la promulgación de una real reforma de los instrumentos de democracia participativa de esta república que gratuitamente se hace llamar democrática. Necesitamos ejercer la democrítica.
Un Estado no es democrático si las decisiones importantes que afectan a un municipio no se toman en Cabildo Abierto con la participación de sus electores. Si en lo judicial no se fomenta el ejercicio de la acción popular en querellas de interés comunal; si no se permite la participación de sus ciudadanos como jurados en juicios penales; si no se rescata la acción de los tribunales consuetudinarios que dirimían pragmáticamente de acuerdo a las costumbres. Si en lo congresal se sigue poniendo trabas a las iniciativas legislativas populares; si las peticiones colectivas de ciudadanos se pierden en vericuetos burocráticos insondables; si las audiencias parlamentarias están vedadas a los proyectos de acción cívica de los grupos sociales organizados. Si los referéndums tarde o temprano pasan por el tamiz de la representación legislativa.
«Jamás, hombres humanos, hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera, en el vaso, en la carnicería, en la aritmética. ¡Ah! Desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer» (César Vallejo).
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