05 abril 2022

Realidades alternas

La incapacidad e incompetencia no son razones suficientes para disponer alegremente de la riqueza de peruanos trabajadores. Es innegable que los pequeños comercios, las profesiones de mando medio, los quiosqueros de esquinas, los vendedores al mayoreo, las bodegas de barrio, las pequeñas empresas poseen una importante porción de la riqueza nacional, y son los más perjudicados en paralizaciones regionales o nacionales, tanto por reducción de ventas como por riesgos de vandalismo. En todas las manifestaciones multitudinarias —sin importar contra quién o qué se manifestaron— se han presentado esos dos factores negativos que siempre han motivado el cierre temporal de negocios (chicos y grandes).

      La actual protesta multitudinaria que está moviendo al Perú es motivada, con justicia, por la inflación e inseguridad, pero está erróneamente dirigida a una camarilla gobernante que ha demostrado su inutilidad en el poder ejecutivo. Erróneamente porque la aparente solución de sacar de palacio a la presente presidencia no arreglará en nada la crisis económico-político-social que nos aprieta desde hace ya bastante tiempo. Y he ahí el quid del asunto: la crisis en todos los planos y niveles nos viene atacando desde incluso antes de la instauración del neoliberalismo en el Perú de los años 90, y todos sabemos las razones: corrupción, politiquería y fanatismo ideológico.

      La corrupción la encontramos desde lo más encumbrado de quehacer nacional hasta el más bajo de los oficios. La politiquería la vemos en cada pleno del congreso, consejo de ministros, mesa de trabajo para conflictos sociales, mensaje a la nación, campaña electorales, y ley eleccionaria favorable a los seudopartidos. Y el fanatismo ideológico es el «Ellos vs. Nosotros» que obedece a la defensa cerrada de las diferentes ideologías económicas, culturales, religiosas o políticas; basta ver los medios masivos y las redes sociales llenas de tergiversaciones e invenciones que crean dos «realidades» alternas, a veces más.

      Tumbar un gobierno, inútil o no, no nos arreglará nada a los de a pie. En realidad nos complicará aún más porque no tenemos ni idea de quién tomará la posta. Podría ser otro gobernante eficiente al desviar el fisco a sus cuentas personales, y efectivo al acallar el clamor popular opositor.

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